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Adiós, me marcho... Por fortuna, tengo tiempo de aquí a diciembre para preparar mi curso del Colegio de Francia. Máximo de Cosmes a su hermano. 30 de junio. Continuación de mi aventura. Estoy hace tres días en Quimper y no todavía cuándo podré marcharme. He atravesado la Bretaña de un tirón y me gusta su aspecto áspero y recogido. Algún día volveré para conocerla más íntimamente.

Es el amigo de Quimper, que tan bueno ha sido conmigo. Y me ofreció su manita demacrada. En este momento entró el doctor Muret y se indignó al encontrarla todavía de pie siendo más de las diez. Hubo que ver a Lacante, confuso como un colegial cogido en falta, dándose prisa para llevarse a Elena, a pesar de su pie gotoso, y volviendo la espalda a la cólera del médico.

De los dos hombres, uno era alto, viejo, de sotabarba, vestido de negro, con gorra; el otro, pequeño y moreno. La mujer llevaba un niño en brazos. Zapiain, el relojero y corredor de comercio, se entendió con ellos. Eran bretones, no hablaban mas que su idioma y algo de francés. La goleta se llamaba Stella Maris, y era de la matrícula de Quimper.

Con sus piernas gotosas, no parece ciertamente un muchacho; pero su sonrisa, la movilidad de su cara, su vivacidad, su calor de vida interior y una llama de pensamiento que le corre de pies a cabeza, le hacen vivir en un instante, más de lo que se vive en Quimper en diez años.

Preciso es que convenga con ella lo concerniente a su partida. No puedo estarme eternamente en Quimper, y he hecho rogar a Elena que me reciba en seguida; a las cuatro. El mismo día a las siete de la tarde. Por fin la he visto de cerca. Me estaba esperando en el gran salón en que ayer reposaba su tía.

Quería decir una combustión instantánea, solución exacta y verdadera de la muerte de Kernok, dada por un médico de Quimper, hombre muy entendido, al que se había enviado a buscar un poco demasiado tarde. ¿Y eso no le hace temblar, señor Durand? dijo Grano de Sal que veía con pena al ex artillero-cirujano-calafate tomar la misma dirección que su difunto capitán.

Tuve que contarles mi viaje a Quimper y hacerles la descripción de Elena. ¡Cuántas curiosidades va a tener que satisfacer, si vive, la pobre inocente! Como era natural, los amigos se desquitaron un poco de la violencia que se habían impuesto en casa de Lacante y se permitieron algunos epigramas jocosos, sin gran malicia, para decir la verdad.

Tengo hecha la maleta, pagada mi cuenta en la fonda y espero, no sin impaciencia, el momento de reunirme con mi compañera de viaje. Estoy harto de Quimper, cuyas bellezas he saboreado hasta la saciedad, y tengo prisa por recobrar mi cuarto, mi trabajo, mis libros y a la que quiero más que todo, a la elegida de mi corazón.

Convendrás en que no estaba yo obligado a un duelo muy profundo. Todo mi cuidado consistía en desempeñar dignamente un papel nuevo para y en no escandalizar a aquella buena gente de Quimper con alguna involuntaria irreverencia. También tenía, como comprenderás, una viva curiosidad por ver de cerca y a buena luz a mi fugitiva aparición de la Catedral. La mañana estaba hermosa y serena.

Con este último sentimiento es con el que yo tengo que luchar y así lo procuro desde que usted me lo ha advertido. ¡Es todo aquí tan diferente de lo que estaba acostumbrada a ver y a conocer en Quimper! Y no es que todo fuera allí para gozo y dulzura.