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Pues el señor se va a poner cátedra a la condesa de Cotorraso, que desea hablar con él, y usted se viene conmigo a ver una catedral gótica que el pirotécnico va a quemar ahora mismo dijo colgándose con desenfado del brazo de su amante. Alcázar se sintió feliz.

Y por cuanto el siglo está pobre y necesitado, mandamos quemar las coplas de los poetas, como franjas viejas, para sacar el oro, plata y perlas, pues en los más versos hacen sus damas de todos metales, como estatuas de Nabuco». Aquí no lo pudo sufrir el sacristán y levantándose en pie, dijo: ¡Mas no, sino quitarnos las haciendas!

Quedó suspensa un instante y dijo sonriendo: ¡Sabes que esto es muy prosaico! ¡Quemar mis cartas de amor en un fogón! ¡Uf!... Me parece que debemos concluir con ellas de un modo más poético.... ¿Quieres que nos vayamos a quemarlas al campo?... De este modo daremos juntos un último paseo; nos despediremos dignamente. Como gustes articuló el joven en voz apenas perceptible.

Cornelio, exponiéndose a caerse o a recibir un flechazo, salió al corredor y arrojó todo lo lejos que pudo aquel objeto encendido, antes de que prendiera fuego en las viguetas. ¡Es una flecha! gritó. ¿Una flecha? repitió el Capitán. , una flecha; pero con un algodón ardiendo en la punta. ¡Ah, pillos! exclamó Horn . Quieren quemar la casa sin acercarse.

Clementina había vuelto á ponerse dura y arisca y acabó de desagradar definitivamente á Fortunato, el cual, creyendo necesario quemar sus naves y cortarse por completo la retirada, dijo en tono muy dulce: La consecuencia que tocaré, querida prima, será verte tomar mi parte en la herencia; tómala, pues: creo que no es un precio muy elevado para la libertad.

Entre tanto, ordenaba y disponía mis caudales de modo que los tuviera siempre a la mano por alejado que me viera de ellos; y por último, me atreví con lo que más me dolía y a lo cual llamaba yo «quemar mis naves»: «deshice» mi casa. Quería destruir el nido para no tener tanto apego al árbol. Empaqueté lo más, vendí muy poco y regalé algo de ello a mis amigos.

Y á la verdad podía bien esperar esto de los Chiriguanás, que viven á la orilla del río Pilcomayo, pero no de los del río Bermejo, pues antes éstos, renovando las antiguas canciones, porque otras veces habían echado á los misioneros porque queríamos hacerlos esclavos de los españoles y obligarlos al servicio personal y otras mil mentiras de este jaez, le miraban con malos ojos y le decían que si pusiese el pie en sus tierras se había de salir luego, ó que para quitarle de una vez de sus ojos, le habían de quemar vivo.

Otro miserable y además un estúpido que merecía cuanto mal le viniera encima, como él, como Ana lo merecían también, como lo merecía el mundo entero que era un lodazal.... ¡Oh, aquellos relámpagos debían quemar el mundo entero si se quería hacer justicia de una vez!».

Con él nadie bromea. Es un bárbaro... ¡Y si hablase sólo de matarme! La muerte no me da miedo; al fin, todos hemos de pasar por ella. Pero me amenaza con algo peor. Me quiere cortar la cara, me la quiere quemar con vitriolo, para que los hombres huyan de y yo me consuma de desesperación. ¡Qué horror!...

Las cosas quedaron, pues, como estaban un mes antes y tan sólo Jacobo pudo notar en Currita, con harto despecho suyo, esa extraña anomalía de la mujer, que consiste en mostrarse servilmente sumisa con el hombre que la oprime y ferozmente tirana con el que se le somete: rasgo a la verdad poco noble, que hace común san Ignacio de Loyola en su famoso libro de los Ejercicios al mismísimo demonio, con estas textuales palabras: «El enemigo se hace como mujer, en ser flaco por fuerza y fuerte de grado...». Mientras en sus relaciones íntimas con la dama se mostró Jacobo duro y despótico, imponiéndole en todo su voluntad como dueño, hallóla siempre dócil y sumisa, pronta a sacrificarse por él y a prestarle todos los homenajes, con la humildad del pobre que al quemar ante el ídolo su incienso no espera ni pide otra recompensa que la satisfacción de verlo aceptado.