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Actualizado: 6 de mayo de 2025


El curioso se sintió más confundido: soltó el cordón, y paso á paso, y muy quedito, bajó mirando á todos lados con cautela como un ladrón.

Me dolía el corazón... Sentí que me tocaban en el hombro, y que me decían quedito, muy quedito: ¡Rodolfo!... ¡Rodolfo! Era Linilla. Ya todos se han recogido, murmuró y he venido a decirte adiós, porque no quiero verte mañana. ¿No quieres verme? ¡No; me sería imposible salir de aquí!... ¡No podría contener mis lágrimas!

Advirtiólo Angelina, y me hizo seña para que habláramos en voz baja, y quedito, muy quedito, mientras oprimía con la punta de los dedos los empapados paquetillos y los apartaba en el borde del plato, me dijo: Esta mañana estuve en la Conferencia.... Tuvimos una discusión muy acalorada. ¿Por qué? ¡Cosas de las gentes! No piensan con juicio ni entienden las cosas a derechas. ¿Quiénes?

Quedito, muy quedito, temeroso de que alguno me oyera, decía yo el nombre de la dulce niña, como si ella estuviera cerca de y pudiera escucharme y fuese yo a decirle: ¡Angelina; te amo, te amo! ¡Ámame! ¿Eres desgraciada? Yo también soy desgraciado. Vivamos uno para el otro; seamos, como dice el poeta: Dos almas con un mismo pensamiento Y palpitando acorde el corazón.

Después oyeron ruido, sintieron la voz de Fortunata que hablaba quedito con Patricia, diciéndole quizás cómo y cuándo mandaría a buscar su ropa. Tía y sobrino asomáronse luego a los cristales del balcón y la vieron atravesar la calle presurosa, y doblar la esquina sin dirigir una mirada a la casa que abandonaba para siempre.

Levantéme muy quedito y, habiendo en el día pensado lo que había de hacer y dejado un cuchillo viejo que por allí andaba en parte do le hallase, voyme al triste arcaz, y por do había mirado tener menos defensa le acometí con el cuchillo, que a manera de barreno dél usé.

Y entonces ella, que calla y oculta su secreto en lo más hondo del corazón, hablará también, y quedito, muy quedito, ¡así se dicen esas cosas! contestará: ¡Te amo!» ¿Cómo se hablan ustedes, de o de usted? ¡De usted, Gabriela! La señorita se echó a reir, y exclamó: Los labios dirán así... ¡pero los corazones no! En aquellos momentos oímos voces que nos llamaban.

María Antonia, por primera vez después de su conversación y olvidada de su conversión, le dirigió entonces una mirada larga, fogosa, dulce y llena de promesas. Aproximando luego su rostro al de él, hasta el punto de que penetró por su boca y por sus narices el aliento de ella, dijo ella quedito y con desmayada dulzura: Ven de noche a casa. Nadie te verá y no lo sabrá nadie.

Entre los dedos de la mano izquierda traía una media vela encendida, y con la derecha se hacía sombra, porque no le diese la luz en los ojos, a quien cubrían unos muy grandes antojos. Venía pisando quedito, y movía los pies blandamente.

Las cabritas, que tenían su puerta muy bien atrancada, le respondieron desde adentro: ¡Ábrela, guapo! Á la mañana siguiente fué y se escondió, y oyó lo que la madre les dijo á las chivitas, que fué lo propio del día antes. Á la tarde se vino muy de quedito, y arremedando la voz de la cabra, se puso á decir: ¡Abrid, hijitas, abrid! Que soy la madre que os parí.

Palabra del Dia

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