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Al oír esto, Lorenzo, que trasponía la puerta del comedor, se detuvo un instante y antes de continuar dijo: ¿También sería tontera criticarte eso?... y se alejó. ¡Ven... no te vayas... ché Lorenzo!... ¡Si no me voy a emborrachar! dijo Melchor en voz alta y prorrumpió en una carcajada...

Jacques prorrumpió en una exclamación de alegría, corriendo hacia Pedro, a quien la cordial acogida del pintor certificó en seguida de la discreción de Beatriz.

Los chicos abrían tamaños ojos para verme, como sorprendidos de la rara dulzura de su maestro. Cerca de la mesa se detuvo don Román, volvióse hacia la chiquillería, y prorrumpió solemnemente, en tono de sermón: Este, éste que ven ustedes, es uno de mis discípulos más queridos. Muchas veces, muchas, os he hablado de él. Es inteligente, bueno, estudioso.... Tomadle por modelo.

Cuando se vio en la calle prorrumpió sordamente en denuestos, mirando los panzudos balcones del caserón. ¡Víbora! ¡Cómo se alegraba de su casamiento!... Cuando éste fuese un hecho, fingiría indignación y escándalo ante su tertulia.

Y, dicho esto, el médico prorrumpió en una carcajada estentórea; todos los que escuchaban sintieron un momentáneo escalofrío. Habiendo conseguido dar aquella broma agradable, el doctor Lorquin añadió en tono más serio: Hullin, yo debía tirar a usted de las orejas. ¿Por qué, cuando se trata de defender la patria, no se acuerda de ? He tenido que enterarme por otras personas.

Viéndole ella encogerse con una pudibundez de doncella, prorrumpió en insultos. ¡Ya no era el mozo arrogante de otros tiempos, cuando hacía el contrabando y andaba por los colmados de Jerez con toda clase de mujeres! La tal María de la Luz le tenía embrujado. ¡Una gran virtud, que vivía en una viña, rodeada de hombres!...

Inés prorrumpió en una carcajada tan natural, tan graciosa, tan fresca, tan jovial, que hasta las paredes del convento parecían regocijarse con tan alegre música.

La hundió entre los hombros, como si quisiera hacerla desaparecer, para no oír, para no ver nada. ¿Pero dónde está Antoñico? Y Rufina, con los ojos ardientes, como si fuera a devorar a su marido, le agarraba de la pechera, zarandeando rudamente a aquel hombrón. Pero no tardó en soltarle, y levantando los brazos, prorrumpió en espantoso alarido.