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Por aquella dirección soplaban de vez en cuando ráfagas de aire caliente, que procedían, sin duda, de las caldeadas regiones de Australia, tal vez de aquel gran desierto de piedra que ocupa gran parte de ese enorme continente. El mar comenzaba también a agitarse. Las olas iban tomando un tinte amarillento rojizo y se cubrían de espuma.

Y mientras los marineros procedían diligentemente al amarre del buque, continuaban sonando las músicas, los lejanos vivas, y un griterío de saludo cruzábase entre las gentes aglomeradas en las bordas y el negro hormiguero humano. ¿A usted le espera alguien? preguntó Isidro, como si le doliese que ellos dos fuesen los únicos que no tuvieran un amigo en el muelle. Fernando no supo qué contestar.

Mirando en la dirección de aquel camino hubiera podido verse, aun mucho antes de terminar el combate, dos puntos brillantes y móviles que fueron acercándose hasta mostrar al observador que procedían del reflejo del sol sobre los cascos de dos jinetes que se adelantaban al galope en dirección á Burdeos.

De vez en cuando, a través del espeso follaje se veían brillar acá y allá puntos luminosos, que tan pronto se dejaban ver como se ocultaban en la espesura; pero ni Cornelio ni el viejo Horn se inquietaban, pues sabían que aquellas lucecillas procedían de ciertas luciérnagas de la especie llamada lampiris, muy comunes en todas las islas de la Malasia, a las cuales las elegantes del país encierran en pomitos de vidrio para adornarse con ellas el pelo, clavándolas en alfileres de plata.

Se apercibió de que su aspecto y sus maneras, contrastaban con las de aquellos jóvenes tan seductores exteriormente. Se veía en seguida que no habían sido obreros, ellos. Sabían vestirse con gusto, presentarse de una manera especial, hablar un lenguaje refinado, en fin muchas cosas que revelaban la casta privilegiada de que procedían.

Porque Blasillo, al comprar aquellas mercancías, que procedían de Levante, entonces asolado por una epidemia, sabía que estaban infectadas y que maese Plock no esperaba más que una ocasión favorable para purificarlas . El pueblo de Cádiz que ignoraba esta circunstancia, se apoderó de las brillantes mercancías e infectó a todos los habitantes.

Eran de aquellas familias que admiraba su padre sin saber por qué; procedían de lo que llamaban al otro lado del mar «la madre patria», todas excelentísimas y altísimas para la buena doña Chicha, y emparentadas con reyes. No sabía si darles la mano ó doblar una rodilla, como había oído vagamente que es de uso en las cortes.

Uno era de Tenerife y los restantes procedían de Andalucía y Galicia. Se habían introducido ocultamente en varios buques, que los echaron en tierra al llegar a Canarias. ¡Y a buscar de nuevo un escondrijo en la bodega de otro barco!... Así pensaban llegar, fuese como fuese, adonde se habían propuesto.

La doctora recordaba la catedral de Salerno, vista en la tarde anterior, donde estaba enterrado Hildebrando, el más tenaz y ambicioso de los papas. Sus columnas, sus sarcófagos, sus bajos relieves, procedían de la ciudad griega olvidada siglos y siglos, y que únicamente en la época presente volvía á recobrar su fama, gracias á los anticuarios y los artistas.

Los hombres con casco procedían de igual modo que los sátrapas perfumados y feroces de mitra azul y barba anillada. El adversario era fusilado aunque no tuviese armas; el prisionero moría á culatazos; las poblaciones civiles emprendían en masa el camino de Alemania, como los cautivos de otros siglos. ¿De qué había servido el llamado progreso? ¿Dónde estaba la civilización?...