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Actualizado: 4 de mayo de 2025


A la mano se viene ahora, reclamando su puesto, una de las principales figuras de esta historia de verdad y análisis. Reconoced al punto el original del retrato exacto y breve trazado con tanta destreza por Isidora. Rematemos este retrato con dos brochazos. Era el hombre mejor del mundo. Era un hombre que no servía para nada. Tenía sesenta años. Procedía de honrada y decentísima familia.

¿Qué sabemos si esto procedía de soberbia o de virtud cristiana o de ambas cosas a la vez, ya que en el espíritu del hombre se mezclan y combinan a veces los buenos y los malos instintos, y combaten ángeles buenos y malos, movidos por encontradas razones, y conspirando, no obstante, al mismo fin?

Paco Ruiz le respetaba mucho más de lo que podía esperarse de su carácter díscolo y desvergonzado, lo cual no sabemos si procedía de la amistad que le unía á su hijo Homobono ó de otra mayor razón.

Aquel tono malhumorado que usaba se veía bien que procedía de su temperamento, no de un espíritu vanidoso. Le pregunté por el patrón y le hablé de su invención famosa. ; es un loco mientras no se llegue a los céntimos me respondió. En cuanto llega a los céntimos su razón se aclara de repente, y no hay hombre más lúcido en media legua a la redonda.

Cautivábale sin duda su franqueza y aquella prontitud de su entendimiento para encontrar razones que explicaran todas las cosas. La fisonomía de Mauricia, su expresión de tristeza y gravedad, aquella palidez hermosa, aquel mirar profundo y acechador la fascinaban, y de esto procedía que la tuviese por autoridad en cuestiones de amores y en la definición de la moral rarísima que ambas profesaban.

De ahí procedía la inquina. Merecía verse cómo se trataban esos dos buenos católicos y cómo ponían a sus patronas celestiales. ¡Está buena tu Inmaculada! ¡Pues mira que tu Santa Madre! ¡Buenas las corrió la tuya en Palestina! ¡Y la tuya, tan horrorosa! ¿Quién sabe lo que habrá hecho? Que lo diga si no San José.

Poco a poco, y por virtud del apartamiento a que su vida piadosa la obligaba, iban aflojándose en su alma los lazos terrenales. Principió por huir toda diversión y entretenimiento mundanos, como bailes, teatros y paseos, donde antes brillaba por su hermosura y elegancia, llegando al extremo de aborrecerlos. Abstúvose después de ciertos recreos lícitos como cantar y tocar música profana, jugar a los naipes, correr por la huerta, tomar parte en las tertulias de su casa. En su afán de mortificarse concluyó por no contemplar a menudo el paisaje desde las ventanas de su cuarto y privarse de aspirar el aroma de las flores y el perfume de las esencias. Todavía le quedó, no obstante, y por mucho tiempo el gusto de vestirse con elegancia, lo cual procedía de cierta reflexión que había leído en un libro devoto francés, aconsejando a las jóvenes que no descuidasen el aseo y afeite del cuerpo, pues Dios se complacía en verlas hermosas y saber que para

Don Mariano procedía de una familia menos gloriosa y añeja, pero mucho más acaudalada. Su abuelo había traído una fortuna inmensa de Méjico en las postrimerías del pasado siglo, y con ella se había hecho el terrateniente más poderoso de Nieva y fabricado la casa de que estamos hablando. Lo mismo él que su hijo y su nieto habían procurado dar lustre a los millones enlazándose con familias nobles.

Siempre que estrenaba alguna prenda de apariencia brillante, sucedía lo mismo. Y esto no por otra cosa más que porque doña Paula no era señora de nacimiento. Procedía de la clase de cigarreras. Don Rosendo había tenido amores con ella siendo casi una niña, de los cuales nació Pablito.

En términos dignos le hacía presente que si su enojo procedía de ciertas palabras que con insistencia había repetido en la conversación habida la noche anterior, lo que está arreglado se desarregla y lo que está hecho se deshace, Visita recordaba en efecto haberlas pronunciado hablando con el marqués del Lago.

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