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Actualizado: 27 de julio de 2025
Aunque confusa y enmarañadamente, los seis presumían de buenos cristianos, y todos eran tataranietos de tres elegantes y lindos escuderos de Castilla, que habían acompañado a Ruy González de Clavijo cuando visitó a Tamerlán como Embajador de Enrique III. Tres señoronas de la corte de Samarcanda, tan encopetadas como antojadizas, se habían prendado de los escuderos susodichos, se habían casado con ellos, reteniéndolos en el centro del Asia, y de tales enlaces procedían los Pérez, los Fernández y los Jiménez, de cuyo patriótico atavismo aquí damos cuenta.
Así al menos lo presumían Morsamor y los demás tripulantes cuando, cada vez que rayaba el alba, tendían la vista hacia los cuatro puntos del horizonte y sólo percibían el haz azulada y uniforme del vasto Océano. Tal vez habría islas y hasta grandes e ignorados continentes al norte o al Sur de la derrota que seguían, pero todo se ocultaba a la vista de ellos.
En esto dije á D. Alvaro y á Guimarán y á Copones que fuésemos á mi tienda, y que no se dijese nada por no alterar el campo, y así se hizo, mostrando Don Alvaro que tenía gran esfuerzo y que no vendría allí el armada en dos ó tres días, diciendo que se repararían en Trípol y tratarían con Dragut, y otras cosas, y quiso que nos sentásemos á cenar; y yo, porque mi diligencia no paresciese menos ánimo que el suyo, hice lo que quiso y enviamos á Guimarán á que procurase con Juan Andrea que me enviase los esquifes, pues parescía que no convenía que yo me embarcase y dejase la gente que había de ir, especialmente siendo tanto daño quedando el agua limitada, y á la verdad, como no me puse á cenar con gana ni con sosiego, no lo pude sufrir y dije á D. Alvaro: «Dejemos esto, señor; entendamos en lo que hemos de hacer; no es tiempo de cenar con reposo;» y así, hice llamar á mi secretario, entre tanto que Guimarán volvía, y firmé y despaché algunas cosas necesarias, y hice embarcar en los pocos barcos que había á mi hijo y á la mayor parte de mi casa, y ordené á la gente que había de embarcarse que estuviese á puncto á la marina, esperando los esquifes, pudiendo venir todos como vino él en uno, siendo tan necesario desembarazar aquella plaza de la gente sobrada por razón del agua, y dijo cómo Juan Andrea y los otros caballeros y capitanes de galeras se habían juntado en Consejo, y resuéltose que las naves se levasen y se fuesen, y partirse ellos aquella noche, porque cuando el armada viniese el día siguiente de Trípol, donde presumían que estaría, no les hallase allí; y que no había para qué enviar los esquifes, sino que yo y Don Alvaro nos metiésemos en el que él venía y que nos fuésemos, porque no esperaban otra cosa que á mi ida, y que D. Sancho de Leyva decía que no era razón que yo por dejarme de embarcar pusiese en peligro que se perdiese aquella armada de S. M.; y acordándome yo que había dado mi palabra como caballero de no dejar en Berbería á los tudescos, y de ponerlos en tierra firme y de cristianos, envié á llamar al Coronel y á los otros oficiales y díjeles lo que me enviaban á decir de la mar y el término en que estaban las cosas, y que viesen lo que de mí querían, que el armada se podía ir muy bien sin mí, y no yo sin cumplir mi palabra.
Sobre los muros y sobre los jardines descollaban algunos edificios, como los palacios reales, el templo de Belo y la famosa torre de Nemrod, que constaba de ocho pisos, de más de doscientas varas de alto el primero. Desde la cima de esta torre, que parecía tocar la bóveda celeste, presumían tratar los sabios antiguos con los dioses, secretas inteligencias o genios que mueven los astros.
Sólo presumían la indefinida extensión de un Océano mucho más ancho que el que separa a España de las tierras por Colón descubiertas. ¿Qué había en el extremo de este Océano? Quién sabe. Acaso el extremo de la tierra en que vivimos; el borde del disco; los lazos que atan la tierra al firmamento y que la sostienen suspendida en el éter.
Cuando Visitación era soltera, se dijo ¡de quién no se dice! si había saltado o no había saltado por un balcón... no por causa de incendio, sino por causa de un novio que algunos presumían que había sido Mesía. Todas eran conjeturas; cierto nada. Como ella era algo ligera... como no guardaba las apariencias....
Luego, allá delante, Venturita reía a carcajadas con su hermano, y los novios presumían fundadamente que estaban ellos sobre el tapete. No obstante, cuando ya se acercaban, a casa, la plática fué tomando calor y había algunos síntomas para creer que muy pronto iba a reinar la confianza.
El intrépido aventurero y el hábil piloto, presumían, no obstante, que habían pasado ya el meridiano, o mejor diremos el antimeridiano de Lisboa.
Los perseguidores lo presumían; pero como dentro del monte, el que ataca tiene cien probabilidades contra una de ser detenido por una bala en mitad de la frente, el capataz se contentaba con salvas de winchester y aullidos desafiantes. Por lo demás, los tiros errados hoy habían hecho lindo blanco la noche del jueves... El peligro había pasado. Los fugitivos se sentaron, rendidos.
Y llegamos, antes aún de lo esperado; y todas las gentes que nos encontraban al acercamos al pueblo, presumían, por el aire que llevábamos, que habíamos hecho alguna muy gorda; pero cuando les contábamos la verdad, no la creían. ¡Tan bestialmente gorda la consideraban, con muchísima razón!
Palabra del Dia
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