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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Hasta se le impedía ir a la barbería, por temor de que se gastase los dos reales. Venía el barbero a afeitarle los sábados. Por cierto que, con poca o ninguna consideración, el rapador de barbas llegaba algunas veces a las nueve de la mañana, cuando don Jaime estaba durmiendo. ¿Qué hago? preguntaba a doña Brígida. Aféitele usted contestaba la severísima señora.

Preguntaba, desorientado, su corazón: Pero ¿quién soy yo? ¿Cómo me llamo yo? ¿Qué hago en esta casa?... Padrino, ¿eres mi padre?... Y mi madre, ¿quién es?... ¿Es una madre muy triste que anda por el mundo buscándome?... ¿Era acaso una mujer muy blanca, muy bella, que se murió sonriendo?... ¡No , no quién era mi madre, ni quién mi padre, ni quién yo sea!...

A ratos se preguntaba con sinceridad de dónde y cómo le había venido el fortalecimiento de aquella idea; mas no acertaba a darse respuesta. ¿Era quizás que el silencio y la paz de aquella vida hacían nacer y desarrollarse en ella la facultad del sentido común?

Pocos días después se marchó a Francia. Algunos meses más tarde circuló por Madrid la noticia de que se casaba con el marqués de Dávalos. Halló a su padre en un estado tristísimo, completamente idiota. Hablaba como si la hubiera visto el día anterior y no hubiera pasado nada; le preguntaba con mucho interés por la Amparo y hasta algunas veces la confundía con ella.

Cuando la interrogaban, ponía una cara adusta, y golpeando el suelo con el pie, se quedaba mirando en el vacío. La hermana superiora venía, inquieta, y le preguntaba, acariciándola con dulzura: ¿Qué tiene, Adrianita? ¿Ya no le reza al Señor? No, no, porque ha dejado que me compre el diablo. Y no daba otra explicación: la había comprado el diablo y ella estaba perdida para el cielo.

Era la voz de Clara, que preguntaba ó contestaba no sabemos qué cosa á la devota. El joven apresuró el paso para huir de aquella voz que no quería oír más. #Virgo fidelis#. Lázaro no encontró arriba á su tío. Estaba el infeliz mancebo sumamente impresionado por el incidente ocurrido, y no cabía en de cólera, de amargura, de sobresalto.

La niña, muerta de miedo, preguntaba: «¿Quién anda ahíOctavio, metiendo la voz por las rendijas del balcón, respondía: «Carmen, te quiero, te quiero»; y se descolgaba rápidamente riéndose del susto de su novia.

Algunas, como Severiana, que, dicho sea entre paréntesis, tenía para aquella noche una magnífica lombarda, lomo adobado y el besugo correspondiente, se contentaban con un saludo afectuoso. Otros no se daban por satisfechos con lo que recibían. A todos preguntaba Jacinta que qué tenían para aquella noche.

Pero él seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenía alguna herida; pero no vio sangre ni señal alguna. Procuró levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por parecer caballería más sosegada.

Interesábase mucho por el curso del tiempo, que hasta entonces no la había preocupado. Preguntaba con ansiedad cuántos días faltaban para llegar a Río Janeiro, como si hubiese permanecido durmiendo y al despertar surgiese en su recuerdo la imagen de alguien que la estaba esperando.

Palabra del Dia

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