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Actualizado: 6 de mayo de 2025


De pronto, tras de un golpe furioso de viento, salió el sol, iluminando con una luz cadavérica el mar lleno de espuma y de color de barro. Con aquella claridad de eclipse vimos entre las olas la lancha que intentaba acercarse a la goleta encallada. ¿Es tu padre el que va de patrón? le pregunté yo a Recalde. No, es Zurbelcha me dijo él.

Pregunté a Montesinos si las conocía, respondióme que no, pero que él imaginaba que debían de ser algunas señoras principales encantadas, que pocos días había que en aquellos prados habían parecido; y que no me maravillase desto, porque allí estaban otras muchas señoras de los pasados y presentes siglos, encantadas en diferentes y estrañas figuras, entre las cuales conocía él a la reina Ginebra y su dueña Quintañona, escanciando el vino a Lanzarote,

Yo... con la mayor inocencia del mundo, le pregunté a su señor.... pariente si el dinero que usted acababa de tomar, honrándome con su confianza, era para los gastos primeros... para algún ensayo; para muestras de... qué yo...; en fin, que se me había metido en la cabeza que era para la fábrica. D. Juan... me miró con aquellos ojazos que usted sabe que tiene.

Esto se ahorrará tal vez de fastidio; pero una sola voz salió de mi criado, y entre ella y la mía se estableció el siguiente diálogo: Lástima dijo la voz, repitiendo mi piadosa exclamación. ¿Y por qué me has de tener lástima, escritor? Yo a ti, ya lo entiendo. ¿ a ? pregunté sobrecogido ya por un terror supersticioso; y es que la voz empezaba a decir la verdad.

Pregunté el porqué á Raleigh-Stirling y me respondió flemáticamente que su pariente era uno de los cuatro propietarios del teatro que ponían aquella magnífica sala á disposición de los empresarios, casi de balde, á fin de que ni sus conciudadanos ni ellos mismos careciesen de placeres artísticos. Desde aquel momento nos conducía el empresario en persona.

Los criados se habían retirado ya. De pronto apareció Mauricio en el comedor, diciendo que alguien me buscaba. ¿A ? pregunté sobresaltado. , traen una carta.... ¿Quién la trae? No lo conozco. Me levanté precipitadamente en busca del desconocido. Me traía dos cartas: una de Linilla y otra de tía Pepa. Corrí a leerlas. ¿Qué pasa? preguntó don Carlos. ¿Algo de cuidado? Abrí el pliego.

¡Oh, gracias; gracias! ¡No es que pudiera dudar de una simple promesa tuya, pero así estoy más tranquilo. Toma el sobre. Guárdalo. Yo guardé el sobre en el bolsillo interior de la americana. ¿Quiere usted algo más? le pregunté. No, nada más. ¿Cómo te llamas, sobrino? Santiago. ¡Ah! Shanti. Así se llamaba también mi padre. Haz el favor de decir a mi hija que venga.

¿Ese? pregunté con sobresalto señalando hacia la sala donde resonaba lejanamente el eco de las voces de doña Flora y de su visitante. ¡Ese mismo!

Desde aquella fecha hasta la presente, la hermana sólo había pasado fuera del convento algunas temporadas, casi siempre para reparar la salud. ¿De suerte que se le manifestó en seguida la vocación? pregunté con temor.

Un dia le pregunté si tenia vocación para el sacerdocio, y por qué se manifestaba tan profano, y me dijo: «La profesión que voy á tomar es como cualquiera otra, y la he escogido por complacer á mi madre nomas.

Palabra del Dia

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