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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Al pronunciar estas palabras, se acercó a la chimenea, consultó el reloj, y, haciendo un gesto de espanto, me dijo en voz baja: «Esta mañana, al despuntar el día, me sentí tan débil y abatido, que casi no podía levantarme. Llamé a mi ayuda de cámara, y acudió Yago, en lugar de aquél. ¿Qué tengo? le pregunté.

Excitada con ella mi curiosidad, no pude menos de contemplar el edificio atentamente; y confieso que no terminé mi examen sin experimentar cierta emoción. El criado a quien pregunté me respondió que ignoraba si su amo estaba visible, y sobre todo si me recibiría.

Durante algún tiempo no vi a lord Gray ni en la Isla ni en Cádiz, y cuando pregunté por él en su casa, el criado me negó la entrada, diciéndome que su amo no quería recibir a nadie. Ocurrió esto el día de la bomba. ¿Saben ustedes lo que quiero decir?

¿Pero Lobo ha desaparecido también? pregunté con afán . Si no ha desaparecido, bien puede obligársele a decir qué ha hecho de Inés. Al cabo de diez días le encontré al fin en su casa. ¿Sabes lo que me dijo el muy embustero? Pues verás.

Brindé con él, a la memoria del viejo, por supuesto, y le pregunté: ¿Y qué piensas hacer? ¿Qué yo? masculla, lanzándome una mirada de animal acosado.

¿Le parece mucho? le pregunté. ¡Ah! me contestó, como despertando; pensaba que ese tío es un horizonte: ¿Es muy viejo? Sesenta y cuatro años, no es mucho; más joven que su fortuna, sería mejor menos millones que años... ¿no? ¡Oh! no, de ninguna manera; diez años más o menos no es nada para un hombre, diez millones de menos es mucho...

Después de un cambio de ceremonias, de saludos y de reverencias interminables, tomaron las sillas que les presenté y ambos se pusieron á contemplarme con un aire de grave beatitud. Y bien pregunté ¿se terminó? Se terminó respondieron al mismo tiempo. Muy bien añadió la señorita de Porhoet. Maravillosamente agregó el señor Laubepin, añadiendo después de una pausa: El Bevallan se fué al diablo.

No respondí con voz un poco vacilante. Máximo me miró fijamente como reflexionando. Después dijo de pronto: ¿Son cartas de usted que se le devuelven? Esta vez respondí con resolución: Menos todavía. Máximo me cortaba el paso con insistencia y yo temía que, a fuerza de preguntas, me hiciese hablar más de lo que debía. No me pregunte usted, porque no sabrá nada.

Le pregunté repetidas veces si podía hablar con ella, y siempre me contestó que era de todo punto imposible: si la mamá llegaba á saber algo ¡adiós balcón! No podía pensar en aquella niña sin sentir profunda melancolía, como si personificase mi juventud, mis ensueños de oro, todas mis ilusiones, que para siempre estaban separados de por barrera infranqueable.

Porque no tengo a muy honesta señal haberse vuesa merced levantado de su lecho. -Eso mesmo es bien que yo pregunte, señora -respondió don Quijote-; y así, pregunto si estaré yo seguro de ser acometido y forzado. ¿De quién o a quién pedís, señor caballero, esa seguridad? -respondió la dueña.

Palabra del Dia

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