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Veo que con una mujer como V. no hay que andarse por las ramas, y menos estando doña Carmen enterada de... Pues pregunte V. lo que quiera. Soy vieja, llevo veinte años al lado de doña Carmen, y ya le digo a V. que estoy aquí con su consentimiento.

Deseamos hablarle. ¿Promete usted no hacer fuego hasta habernos oído? ¿Tengo el gusto de hablar con el señor Dechard? pregunté. No importa el nombre. Pues entonces prescindan ustedes del mío. Corriente. Tengo que hacerle a usted una proposición. Yo seguía mirando por la hendidura y vi que mis enemigos habían subido dos escalones y que tres revólvers apuntaban a la puerta. ¿Nos deja usted entrar?

¿Y ninguna de las personas de esta casa fué maltratada por la soldadesca francesa? pregunté, deseando saber qué personas había en la casa. Ninguna; sólo mi tío el Marqués tuvo una contusión en la cabeza; pero recibióla al esconderse debajo de una cama, y lo hizo con tanto ímpetu, que se dió un golpe muy fuerte contra el suelo.

Al otro día Oliverio no vino al colegio. Pasaron tres días sin noticias. La inquietud me apenaba horriblemente. Por la noche corrí a la calle de los Carmelitas y pregunté por Oliverio. Está en el salón me dijo el sirviente. ¿Solo? No, hay otras personas. Entonces le esperaré.

Desandé mi camino, pregunté en todas partes; nadie lo había visto; realmente inquieto, me detuve a meditar sobre el partido que debía tomar, cuando un indio que pasaba me sugirió la probabilidad de que el cachifo hubiese tomado el camino de abajo, que acortaba mucho la distancia. Tranquilo continué.

Yo había tomado el camino derecho, y desde entonces me empezó a salir todo bien. Esta ha sido mi historia. Dejó de hablar el viejo y se me quedó mirando con sus ojos grises. ¿Quién cree usted que sería el verdadero Ugarte de los dos? le pregunté yo . ¿El de la cicatriz o el otro? El de la cicatriz, seguramente. El otro, sin duda, no quiso dar su nombre. Me despedí de Itchaso y me fuí a mi barco.

Ya lo verás respondió él; yo en esto nada entiendo. ¡Me parece tan débil, tan frágil! Me digo que será un milagro si se salva. Pero el médico pretende que va bien, y lo que es él debe saberlo. ¿Y el niño? pregunté en seguida. Rió con una ligera risa interior que llegó hasta en el crepúsculo. ¡El niño, hum, el niño!...

¿Sabes lo que se me ocurre en este momento? dijo de pronto, mirándome fijamente. Pues se me ocurre que debías entrar en casa y ser amigo de mamá... y de don Oscar. ¿Quién es don Oscar? le pregunté insidiosamente, pues, aunque vaga, ya tenía noticia de quién era y qué representaba este personaje en la casa.

Por fortuna, el repliegue en que el sendero se arrastraba era relativamente descubierto y franco, en particular a nuestra izquierda. ¿Será por este orden pregunté a Chisco , todo lo que nos falta por andar? ¡Jorria! contestó el espolique haciendo casi una zapateta . ¡Qué yanu se lo pide el cuerpu! ¡Si estu es una pura sala!

Así lo ha ordenado mi yerno, que, desde hace una semana, nos anuncia su llegada diariamente. Así, pues, ¿hace una semana que vive aquí el señor de Castelnau? pregunté a la Vizcondesa, la cual, adivinando la idea que me preocupaba, se apresuró a contestarme: Tranquilícese usted. Ya conoce usted a mi hija.