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Pregunté a Montesinos si las conocía, respondióme que no, pero que él imaginaba que debían de ser algunas señoras principales encantadas, que pocos días había que en aquellos prados habían parecido; y que no me maravillase desto, porque allí estaban otras muchas señoras de los pasados y presentes siglos, encantadas en diferentes y estrañas figuras, entre las cuales conocía él a la reina Ginebra y su dueña Quintañona, escanciando el vino a Lanzarote,
¡Ah! ¡Agustín de Avila, el honrado alguacil de casa y corte! Pues mira, él no dice de ti lo mismo. Sólo se le ocurre un defecto que ponerte. Me importa poco. Maravíllase mi amigo de que teniendo por amante un hombre tal como yo, puedas vivir al lado de un marido tal como el tuyo. ¿Y qué le he de hacer? Ya te lo he dicho... ¡Oh! ¡nunca!... ¡nunca!... ¡qué horror! exclamó Luisa.
Por la tarde, la señora encargó a su sobrino que le hiciera unas cuentas algo complicadas, y él las despachó con presteza y exactitud, sin equivocarse ni en un céntimo; y como su tía se maravillase de aquel tino aritmético, el joven se echó a reír, diciéndole: «¿Pero usted qué se ha figurado? Si tengo yo la cabeza como no la he tenido nunca.
Palabra del Dia
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