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Actualizado: 12 de octubre de 2025
En la gran ciudad colocaba él maravillas que halagaban el sentido y llenaban la soledad de su espíritu inquieto. Desde aquella infancia ignorante y visionaria al momento en que se contemplaba el predicador no había intervalo; se veía niño y se veía Magistral: lo presente era la realidad del sueño de la niñez y de esto gozaba.
Con todas aquellas prendas no tiene el Predicador otra habilidad, que la de embelesar á necios, porque todas no hacen mas que hinchar la fantasía, y halagar los sentidos con bellas apariencias. Tan acertado es aquel juicio, como el que hiciera un hombre si viese á una mona con manillas, perlas, afeytes, y otros adornos externos, y la tuviera por hermosa.
¿Recuerda el lector que he copiado de un manuscrito que Facundo nunca se confesaba, ni oía misa, ni rezaba, y que él mismo decía que no creía en nada? Pues bien: el espíritu de partido aconsejó a un célebre predicador llamarlo el Enviado de Dios e inducir a la muchedumbre a seguir sus banderas.
El diablo predicador, en dos manuscritos de la biblioteca del duque de Osuna, se atribuye á Francisco de Villegas; particularidad que, no siendo autógrafos estos manuscritos, nada prueba contra la opinión común de que fuera su autor Belmonte.
«...Así, hermanos míos continuó el predicador , uníos a mí para dar las gracias al Rey de los reyes por haber coronado al que todos lloramos con una aureola de su eternidad.» Amén respondieron los asistentes. Oye, Grano de Sal: ¿ves tú al capitán Kernok tocado con una aureola? dijo el maestro Durand.
Luego, el predicador, siguiendo la costumbre tradicional, daba fin a su arenga citando las familias que habían tomado parte en el combate: un centenar de apellidos, que escuchaba atentamente el rústico auditorio, moviendo la cabeza cada cual con signos de asentimiento cuando sonaba el nombre de uno de sus ascendientes.
Me atrevo, pues, a aconsejar a usted, ya que es tan mozo y ya que no tiene motivo para quejarse de su malaventura, que no se meta todavía a predicador, ni se muestre tan adusto y desengañado, y que en otras novelas nos cuente lances y sucesos menos lastimosos y más agradables y dulces, vertiendo en su sátira, cuando a la sátira se incline, no hiel, sino sal y pimienta, que no la hagan amarga, sino picante y sabrosa.
Créete que ha venido Dios a vernos, y si ahora no nos portamos bien, merecemos que nos arrastren. Fortunata hubiera dicho para sí: «¡Vaya un moralista que me ha salido!» pero no tenía noticia de esta palabra, y lo que dijo fue: «Ya estoy de misionero hasta aquí», usando la palabra misionero con un sentido doble, a saber: el de predicador y el de agente de aquello que Rubín llamaba su misión. ix
Es un grandísimo pillo que me pide tres pesetas por unas medias suelas, y ni siquiera tapa un agujerito que le puede salir a la piel.... Estos son nuevos, palabra de honor que son nuevos, pero se ríen; ¿qué le hemos de hacer si tienen buen humor? Durante algunos años Fortunato había sido el predicador de moda en Vetusta.
Jamás en el suelo de la Nueva Inglaterra había resonado antes igual clamoreo. Jamás, en el suelo de la Nueva Inglaterra, se había visto un hombre de tal modo honrado por sus conciudadanos como lo era ahora el predicador. ¿Y qué era de él? ¿No se veían por ventura en el aire las partículas brillantes de una aureola al rededor de su cabeza?
Palabra del Dia
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