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Actualizado: 10 de julio de 2025
Me atrevo, pues, a aconsejar a usted, ya que es tan mozo y ya que no tiene motivo para quejarse de su malaventura, que no se meta todavía a predicador, ni se muestre tan adusto y desengañado, y que en otras novelas nos cuente lances y sucesos menos lastimosos y más agradables y dulces, vertiendo en su sátira, cuando a la sátira se incline, no hiel, sino sal y pimienta, que no la hagan amarga, sino picante y sabrosa.
No es, pues, modo de remediarla el volver de nuevo a las interminables reformas, a atribuirnos unos a otros la malaventura y a reñir contra los propios porque no fuimos hábiles para reñir contra los extraños. La alegoría o el símbolo suele prestarse a diversas interpretaciones. La novela El último patriota es alegórica o simbólica, y bien puedo yo interpretarla a mi modo.
Llegó al fin un punto en que, no habiendo habido hombre que en él reparar me hiciese, y por el que en nada mi malaventura del alma se aliviase, mi padre llegó al fin y remate de su hacienda, y no rindiéndose aún y esperando siempre el ave-fénix que conmigo había de casarse, pidió dinero prestado, que cuando los plazos se cumplieron no pudo pagar; de modo que, conocida la pobreza de mi padre, nadie fue osado a prestarle un solo maravedí; más bien los acreedores embargáronle cuanto en la casa había: muebles, tapices, carroza, y aun la misma ropa y alhajas de mi madre y mías; y como mi padre se viese en medio de la calle con mi madre y conmigo, sin poder volver a nuestro pueblo, porque en él nada nos quedaba, y sin tener otro refugio que la pobre casa de un fiel criado que de nuestras bien merecidas desdichas condoliose, enfermó, y de tal y tan grave manera, que al hospital de San Juan de Dios fue necesario conducirle; que el criado que nos amparaba no tenía fuerzas para otra cosa; y allí el desgraciado, perdida ya toda esperanza, comido del remordimiento de la miseria en que a mi madre y a mí nos había puesto, muriose, y de caridad le enterraron no lejos del sitio en que esta mañana fue sepultada mi desventurada madre, en ese cementerio del Salvador, adonde vos, movido a compasión por mi desgracia y mi soledad, me seguisteis.
No quiero yo decir, ni me pasa por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero andante como el del encerrado religioso; sólo quiero inferir, por lo que yo padezco, que, sin duda, es más trabajoso y más aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso; porque no hay duda sino que los caballeros andantes pasados pasaron mucha malaventura en el discurso de su vida.
Al contemplar a su derecha el arrabal de Santiago, vínole a la memoria su amancebamiento con la hermosa morisca y pensó que aquella mujer había sido la causa de toda su malaventura, de todos sus yerros y desengaños. ¡Quién sabe si no había mediado algún hechizamiento!
Palabra del Dia
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