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Actualizado: 12 de junio de 2025
Anhelaba, por lo tanto, hablar una vez por todas desde lo alto de su púlpito, y decir en alta voz, ante todo el mundo, lo que él en realidad era: "Yo, á quien veis vestido con este negro traje del sacerdocio; yo, que asciendo al sagrado púlpito y levanto hacia el cielo el rostro pálido tratando de ponerme en relación, en nombre vuestro, con el Todopoderoso; yo, en cuya vida diaria creéis discernir la santidad de Enoch; yo, cuyas pisadas, como suponéis, dejan una huella luminosa en mi sendero terrenal, que servirá á los peregrinos que vengan después de mí para guiarlos á la región de los bienaventurados; yo, que he puesto el agua del bautismo sobre la cabeza de vuestros hijos; yo, que he repetido las últimas preces por las almas de los que han partido para siempre; yo, vuestro pastor, á quien tanto reverenciáis y en quien tanto confiáis, yo no soy más que una mentira y una profanación."
Aunque los templos no ofrecían seguro asilo, y algunos, como el de San Sebastián, estaban en el suelo, abriéronse las puertas de las principales iglesias, cuyas comunidades elevaban preces al Altísimo, en unión del aterrorizado pueblo, que buscaba refugio en la casa del Señor.
En el entrepuente se contemplan ansiosos los soldados, sin rechistar... Los enfermos pretenden levantarse... el sargentito ya no se ríe... Entonces se abre la puerta y aparece en el umbral el capellán con su estola, diciendo: ¡De rodillas, hijos míos! Todos obedecen. Con voz atronadora, el sacerdote comienza las preces por los agonizantes.
Y ésta era la causa del revuelo y algarabía de antes. Los viejos zarandeaban a Apolonio, disputándoselo a tirones de chaqueta y formulando, desde luego, solicitudes para lo futuro. Apolonio recibe, embriagado de dicha y vanagloria, como falso ídolo, las preces de aquellos infelices.
¡Cómo me entristecieron las fúnebres preces! ¡Pasó por mi alma no sé qué, algo como una sombra de fugitivo dolor! El carruaje iba a todo correr por el ancho camino. La noche venía, y el caserío se perdía en las tinieblas. Al fin de la dehesa, al otro lado del riachuelo, detrás de una hilera de sauces babilónicos, blanqueaba el templo, cuyas campanas convocaban a la oración.
Si no creyeran le contestó Melchor, no vendrían a traer sus ofrendas y sus preces. Eso... no... replicó Ricardo, como distraídamente. ¿Vamos a ver? ¿A ver qué? A ver qué hacen... cómo se forman... adónde van... No hacen nada; no se forman, porque no vienen regimentados, y van, probablemente, a la basílica, cada uno por su cuenta o en grupos. ¿Van caminando?... ¿Y cómo quieres que vayan?
Los amigos más sensatos del Reverendo Arturo Dimmesdale, como ya hemos indicado, se imaginaban, muy fundadamente, que la mano de la Providencia había hecho todo esto con el objeto, demandado en tantas preces, así públicas como privadas, de restaurar la salud del joven ministro.
Esta nominacion de los reyes se hacia por peticion ó súplica, hasta que Adriano VI concedió al emperador Carlos V la facultad de nombrar los obispos. Ad regias preces dabat Papa Episcopos. Al año de tomar posesion del obispado D. Tello de Buendia, falleció, y fué sepultado en el quinto nicho del sepulcro de los cinco obispos que fabricó D. Leopoldo de Austria.
Recordaba las preces aprendidas en su niñez, y se deleitaba con las formas de religión, por pura novelería. Pero esta santidad de capricho no sofocaba, ni mucho menos, su orgullo dentro de la Iglesia. Más que el sermón ampuloso, más que el brillo del altar, más que la poesía del templo y las imágenes expresivas, la cautivaba el señorío que iba por las tardes a la Casa de Dios.
En una tarde de junio de 1631 las campanas todas de las iglesias de Lima plañían fúnebres rogativas, y los monjes de las cuatro órdenes religiosas que a la sazón existían, congregados en pleno coro, entonaban salmos y preces.
Palabra del Dia
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