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Actualizado: 12 de junio de 2025


Es un santo, y pues lo es, haga un milagro: devuélvale a mi hija la vida y la salud...» Pero ¿qué hace, padre mío? El cura se había levantado, con la tristeza retratada en el semblante. ¡Ay! exclamó. Me apena muy de veras su dolor; le compadezco y siento en el alma no poseer la virtud que me atribuye, pues no me es dable otra cosa que elevar mis preces a Aquel que dispone de los destinos humanos.

Aquello era la alegría, la vida. «¡Capellanías, bulas, medias annatas, reservas! ¿qué tenía que ver el mundo, el ancho, el hermoso mundo con todo eso? ¿Sabía aquel gigante de piedra, el Corfín grave, majestuoso, tranquilo, lo que eran agencias ni si la había de preces, ni por qué costaba dinero el sacar licencias de cualquier cosa?».

Las preces de un hombre bueno son la más valiosa recompensa, contestó el anciano médico al despedirse. Son las monedas de oro corriente en la Nueva Jerusalén, con el busto del Rey grabado en ellas.

Lucía penetró en la nave y se arrodilló piadosamente entre los que lloraban a una muerta para ella desconocida. Oyó con delectación melancólica las preces mortuorias, los rezos entonados en plena y pastosa voz por los sacerdotes.

Generalmente no era aquel en que más había sobresalido el difunto, lo cual hacía el padre con buen acuerdo para evitar el escándalo y una pena a la familia. También se encargaba de gestionar la adquisición del mayor número posible de indulgencias, la bendición papal in articulo mortis, las preces de algún convento de monjas, etc.

Vea, pues, cuán distante me mantengo en la abatida humildad de una adoración, que hasta recela que su murmurar, murmurar de preces, roce el vestido de la imagen divina...

Rezó el capellan las preces de conjuros, votáron y renegáron los marineros, y fraguáron un sistema los filósofos del navío; pero, por mas sistemas que imagináron, no les fué posible atinar quien era el que les hablaba.

No, Magdalena, no; yo te vuelvo a jurar que en la soledad de mi cuarto elevo mis preces al Altísimo y hago votos por tu felicidad como pudiera hacerlos en la fiesta más solemne. Esta noche, además, no me encuentro bien del todo; estoy algo indispuesta.

La conozco bien. Allí está el monasterio con su vieja torre parda. Permitidme que una moneda al venerable ermitaño que allí véis, sentado en aquella piedra junto al camino. Suspendió el anciano sus preces para aceptar la dádiva del arquero. Soldados sois á lo que veo, hijos míos, y mis oraciones os acompañarán en vuestras empresas. De España venimos, reverendo padre, dijo Tristán.

Y Dupont sentía cierto orgullo al pensar que la Iglesia tenía su oración en latín para las viñas, como si hubiese presentido a muchos siglos de distancia que nacería en Jerez un siervo de Dios, gran productor de vinos, que necesitaría de sus preces. Adjutorium nostrum in nomine Domine dijo el sacerdote mirando a su rico acólito con el rabillo del ojo, pronto a indicarle la respuesta.

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