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Actualizado: 23 de junio de 2025
En oposición a éste, Zárate y otros cronistas dicen que Pizarro sólo sabía hacer dos rúbricas, y que en medio de ellas, el secretario ponía estas palabras: El marqués Francisco Pizarro. Los documentos que de Pizarro he visto en la Biblioteca de Lima, sección de manuscritos, tienen todos las dos rúbricas. En unos se lee Franxº. Piçarro, y en muy pocos El marqués.
Dirá que yo le abandono y le dejo andar hecho un pordiosero. ¡Es una vergüensa!» Si se quedaba en casa y jugaba con los criados, la señora se ponía furiosa, le dolía la cabeza, hablaba de la bajeza de sentimientos que el muchacho revelaba, allanándose a estar siempre entre la servidumbre, e increpaba duramente al brigadier porque no sabía educar a su hijo.
Jaime subió a acompañar a su padre, y los dos prometidos, no obstante los esfuerzos de María Teresa para atraer a Juan a una conversación entre los tres, concluyeron por refugiarse en un rincón del salón. Entonces Juan tomó un libro y leyó a la claridad de una lámpara; pero pronto sucumbió a la irresistible tentación de mirar a los que el destino irónico ponía a su frente para torturarle.
Se habían olvidado ciertos pormenores y la mala fe del enterrador tal vez la del capellán también ponía obstáculos reglamentarios. ¡A ver, dónde está Foja! gritó don Pompeyo, que no se encontraba con ánimo para dar otra batalla al obscurantismo clerical. Foja no estaba allí. Nadie le había visto en el duelo.
Ciento y tantas oraciones sabía de coro, un tono bajo, reposado, y muy sonable que hacía resonar la Iglesia donde rezaba, un rostro humilde y devoto que con muy buen continente ponía cuando rezaba sin hacer gestos ni visages con boca ni ojos, como otros suelen hacer. Allende de esto tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero.
Después de pasar rápidamente por todas las puertas abiertas, se detenía ante la del jardín y se ponía a llamar a ella, sin apresurarse, insistentemente, de un modo monótono, con intervalos regulares.
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Así, pues, lo natural era que, viendo Salomón a Echeloría enamorada de otro, afligida y llorosa, y rechazándole por estilo arisco y montaraz, había de mostrarse desprendido. Al hacer esta suposición, muy plausible, Mutileder se ponía colorado de vergüenza.
Palabra del Dia
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