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Entre el clero, que fue muy numeroso, acudió lo más afamado de la vicaría en el canto fúnebre, y, por ende, no faltó el párroco de Zarzaleda, que era una especialidad muy admirada, y no sin razón de fundamento, para entonar el Dies irae con su voz atenorada y vibrante, que ponía los pelos de punta a los fieles más duros de conmover; y concurrieron también con estos párrocos muchos de sus feligreses que, sin parentesco ni afinidad personal alguna con el difunto, eran fervientes admiradores de su buena fama.

Llegaron en su marcha sin objeto a la plaza Nueva, y al ver que el jefe se detenía, agrupáronse en torno de él, con la mirada interrogante. ¿Y ahora qué hacemos? preguntaron con inocencia. ¿Adónde vamos? Juanón ponía un gesto feroz. Podéis diros donde queráis; ¡pa lo que hacemos!... Yo a tomar el fresco.

Alarmóse la susceptible conciencia del Marqués, y después de echarle un sermón consolatorio á Paz, ésta se quedó sin marido, con la triste circunstancia de que se ponía cada vez más gorda, y ni bajándose el talle podía disimular aquel mal.

¿Por qué entonces, se dirá, doña Paula se vestía de este modo? No serán muy conocedores del corazón humano los que tal pregunten. Doña Paula se ponía el sombrero y los guantes a sabiendas de que iba a pasar un mal rato, como un chico abre el aparador y se atraca de dulce a sabiendas de que en seguida le han de azotar.

No le llenó el ojo nada de esto á Tremontorio, pero, al cabo, era algo que ponía centinelas á la puerta de la mar; y como además le ponderaron mucho las ventajas sus compañeros de fatigas, y él tenía grandes deseos de conformarse, conformóse, aunque á regañadientes, y volvió á su lancha.

Blanca le hacía toda clase de fiestas y cariños al insinuante abate: al sentársele al lado, aquella criatura, fría e impávida, se volvía una gata mimosa con el clérigo: le besaba respetuosamente el dedo ceñido por el anillo de regla: le tomaba el capelo, le traía ella misma la taza de y le ponía en la boca alguna rica golosina de Roverano, con una gracia indescriptible.

Y con un paso sosegado y el cuerpo derecho, haciendo con él y con la cabeza muy gentiles meneos, echando el cabo de la capa sobre el hombro y a veces so el brazo, y poniendo la mano derecha en el costado, salió por la puerta, diciendo: "Lázaro, mira por la casa en tanto que voy a oír misa, y haz la cama y ve por la vasija de agua al río, que aquí bajo está, y cierra la puerta con llave no nos hurten algo, y ponía aquí al quicio, porque si yo viniere en tanto pueda entrar."

Y la pobre mujer se lamentaba y lloraba; Plácido se ponía más sombrío y de su pecho se escapaban ahogados suspiros. ¿Qué saco con ser abogado? respondía. ¿Qué va á ser de ? continuaba la madre juntando las manos: ¡te van á llamar pilibistiero y serás ahorcado! ¡Yo ya te decía que tuvieses paciencia, que seas humilde!

Concha no quería que asistiese los lunes a la tertulia de la marquesa, y se ponía frenética si sabía que las había acompañado en el paseo. Un día le había amenazado con ir a casa de aquellas señoras y armarles un escándalo. Pero él no había hecho caso. ¿Cómo suponer que su locura había de llegar a tal punto? Sin embargo, llegó y aun pasó muchísimo más allá.

Llegó a notar, a pesar del pobre pañolito con que se cubría la chica espalda y pecho, la admirable perfección de toda aquella sana y virginal estructura. De su rostro no quiero ni puedo decir más sino que le parecía el de un ángel. Y, por último, ponía en Juanita casi, casi tanta discreción, ingenio y bondad como en ella misma.