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Lagos artificiales; planos inclinados cubiertos de verde musgo y finísima grama; colinas pobladas de bosquecillos caprichosos; miradores y pabellones de cristal de mil colores, alzándose entre limpios jardines; altos plumajes agua arrojados por cien bocas de bronce, de los estanques circulares, en juego encantador; y allá en los lagos, ó al pié de las colinas, enormes iguanadones y otros animales antediluvianos, audazmente imitados en metal ó piedra; he ahí el vasto y caprichoso conjunto que sirve como de cuadro de relieves al enorme y luminoso palacio que se destaca en la cima de la gran colina, como una mansion encantada, aérea, trasparente y multicolora, construida durante la noche por una legion de hadas, al rayo de la luna, y repleta de perfumes y tesoros, para brillar luego á la luz del sol, cuando la niebla se disipa, con todo el esplendor de una suntuosa maravilla.

Hay tanta mayor risa, cuanto mayor es el cansancio. Es un aturdimiento de regocijada fatiga; las escopetas arrinconadas, las grandes botas tiradas y revueltas, los morrales vacíos y junto a ellos plumajes rojos, áureos, verdes, plateados, todos con manchas de sangre.

Satisfecho de su rudeza, sintió la necesidad de hermosearse para acudir á la entrevista. Pensaba en los machos del reino animal, cuyos dientes, garras y espolones van acompañados de crestas, melenas y plumajes que inspiran á las hembras una admiración mística, convirtiéndolas en sus esclavas. Lo mismo ocurría entre los humanos.

El papú, Cornelio y Van-Horn no se detenían a admirar a aquellas aves, entre las cuales las había de los más raros y preciosos plumajes, y apretaban el paso para llegar cuanto antes al bosquecillo de moscadas, esperando encontrar allí al Capitán, Hans y el chino. Varias veces habían tenido que detenerse para pasar a través de los bejucos, que les impedían avanzar, estorbándoles el paso.

Sobre la rota techumbre de paja, si algo se veía era el revoloteo de alas negras y traidoras, plumajes fúnebres de cuervos y milanos, que al agitarse hacían enmudecer los árboles cargados de gozosos aleteos y juguetones piídos, quedando silenciosa la huerta, como si no hubiese gorriones en media legua á la redonda.

Humilde albergue mio: líquidos arroyuelos, hijos de estas montañas despeñados: bosque puro i sombrío: claros y hermosos cielos, eternos reyes de estos bellos prados: árboles empinados, plumajes de colores donde toman las flores su alegre primavera: apacible ribera, claro espejo del dia, ya vuelvo á vuestra santa compañía.

Compónese la cascada de una sucesion de catorce caidas ó cascadas, de proporciones y aspectos diferentes, formando como una inmensa escalera de torbellinos y de peñascos, sobre los cuales se lanzan las aguas en brillantes plumajes, en enormes chorros ó en espirales cristalinas y nubes tornasoladas de menuda lluvia Si el conjunto, visto de frente, es encantador, se experimenta suma delicia al situarse debajo de uno de los mas enormes peñascos, donde gira un pasadizo practicado en la concavidad de la roca; sintiéndose uno arropado por el turbion que salta por encima, formando una soberbia boveda líquida y espumante que se encuadra primorosamente en el doble marco de los bosques.

En la plaza de la blasonada ciudad nada había variado: la Parroquia estaba intacta, igual, como la dejé diez años antes, con su graciosa cúpula de azulejos, su torre arruinada, abriéndose al peso de sus campanas «ponderosas», como decía don Román la yerba crecida en el cementerio; el frontis del templo, festonado con espontáneos helechos que a lo largo de las cornisas lucían sus palmas séricas, y coronaban con gallardos plumajes el susodicho blasón que los villaverdinos ponen en todas partes.

A espaldas de las cuadrillas sonó el trotar de dos caballos que venían por debajo de las arcadas exteriores de la plaza. Eran los alguaciles, con sus ferreruelos negros y sombreros de teja rematados por plumajes rojos y amarillos. Acababan de hacer el despejo del redondel, dejándolo limpio de curiosos, y venían a ponerse al frente de las cuadrillas, sirviéndolas de batidores.

El murmurio del río que rompe entre guijas al pié de uno de sus muros; los esbeltos penachos de las flexibles cañas que los coronan, y los hermosos plumajes de las oropéndolas y solitarios que se posan en su parduzca y viscosa argamasa, constituyen una amarga verdad que enseña á los que vuelven cuán cerca está la vida de la muerte.