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Actualizado: 26 de junio de 2025
La cosa es segura, muchacho. ¡Has clavado una pica en Flandes! Estábamos a fines de octubre, mediaba el otoño, y los campos reverdecidos por las lluvias hacían gala de sus follajes. Las mañanas eran límpidas, frescas, pródigas de luz; los crepúsculos breves, espléndidos, incomparables. Me placía vagar por los alrededores de Villaverde.
Así que durante una larga temporada no leyó más que relaciones sangrientas de crímenes terribles y monstruosos, en las cuales tanto se placía el fabricante de conservas alimenticias.
De muy distintas impresiones participaba el jorobado Osuna, administrador de Montesinos, en aquel momento. Ya sabemos que se había situado lo más cerca posible de D.ª Teodora. Era también un hombre místico a su manera; pero en vez de buscar la unión con la Divinidad en abstracto, se placía en realizarla de un modo concreto, por mediación de las mujeres gordas y frescas.
En otro tiempo había sido uno de los más bravos aficionados, aunque nunca había querido torear en público. «Eso no es más que una guasa, ¿sabe usted?», me decía en tono desdeñoso. Lo que le placía, aun hoy, era tentar y derribar toretes en sus fincas y en las de sus amigos, montar buenos caballos, cazar venados y cochinos en el monte. Otras cosas sabía yo que le gustaban tanto o más que todo esto.
Pero á los ebrios más consecuentes del establecimiento les placía beber debajo de este adorno extraordinario, y un comerciante debe sacrificar sus preocupaciones y sus miedos para mejor servicio del público.
No me pesaba de ello, por más que desde entonces saliese a cuatro o cinco consultas por día. Pero era mucho lo que me placía la vista de la hermana San Sulpicio, y mucho lo que me hacía gozar su carácter resuelto, desenfadado, tan poco monjil que verdaderamente en ocasiones asombraba.
Cuantos más requiebros la soltaba, cuanto más le hacía comprender que le causaban impresión sus atractivos, más indiferente y distraída se mostraba ella. Con su donaire peculiar cortaba en seco cualquier lisonja, desviaba ingeniosamente la conversación y la encauzaba hacia los temas filosóficos en que tanto se placía. Velázquez se sintió humillado.
Lucía, que la noche anterior le había esperado en vano, se condolió extremadamente de su percance, aunque no pudo menos de reír al oírselo contar. Desde entonces se vieron todos los días a la hora que a Miguel le placía visitar el hotel de D. Pablo Bembo.
Aplicada á la vivienda, le placía por su falta de estilo: paredes blancas, pocas molduras, rincones semicirculares, carencia absoluta de ángulos, para perseguir el polvo hasta en sus últimas madrigueras, amplias aberturas que daban entrada á la brisa ó al sol, dobles muros por cuyos huecos podía circular el aire caliente ó frío y el agua á diversas temperaturas.
Todo lo cual oido por los señores caciques que allí eran, dijeron á Inca Yupanqui que les placia y holgaban de lo hacer bien ansí como el Inca se lo habia mandado.
Palabra del Dia
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