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Actualizado: 23 de julio de 2025


Esta hija menor, á la que apodaba «la romántica», era el objeto de sus cóleras y sus burlas. ¿De dónde había salido, con unos gustos que nunca sintieron él y su pobre china? Sobre el piano se amontonaban cuadernos de música. En un ángulo del disparatado salón, varias cajas de conservas, arregladas á guisa de biblioteca por el carpintero de la estancia, contenían libros.

El piano sonó también casi todo aquel día, y al siguiente la señora marquesa, acompañada del caballero cacoquimio, del niño músico, de las dos criadas extranjeras y del perro, partió para Córdoba; y el caserón de Aransis se quedó otra vez solo, frío, obscuro, mudo, como inagotable arca de tristezas que, después de saqueada, conserva aún tristezas sin número. Capítulo X Sigue Beethoven

A propósito de piano... aunque ya está viejo el alcacer para zampoñas, yo quisiera saber teclear, así... un poco... aunque no fuera más que tocar con un dedo las óperas esas que tocas en la flauta. A Bonis le pareció muy laudable el propósito.

Luego le volvió la espalda é hizo correr las manos sobre el piano, entregándose á su melancolía armoniosa. Empezó para don Marcelo una vida absurda que iba á durar cuatro días, durante los cuales se sucedieron los más extraordinarios acontecimientos. Este período representó en su historia un largo paréntesis de estupefacción, cortado por horribles visiones.

Una imagen que no se aparta de mi memoria surgió de pronto ante mis ojos.... Así, así me miró muchas veces la hermosa niña rubia, objeto de mi primer amor.... Dejó Gabriela el libro que tenía en las manos, y se dirigió lentamente hacia un extremo de la sala, abrió el piano, y me llamó, diciendo: ¿Ha oído usted esta sonata? Y no hablamos más aquella noche.

La tarde llegó; después de comer, el señor de Maurescamp jugaba un rato con su hijo Roberto en el pequeño salón botón de oro, de su mujer, y en seguida iba, como era su costumbre, a fumar un cigarro al boulevard. Juana continuó ejecutando febrilmente en el piano, una serie de valses y mazurcas, mientras que su hijo, vestido de blanco y con cinturón punzó, daba saltos con su aya inglesa y Toby.

Formaban el jardín tres o cuatro mezquinos recuadros de flores vulgares, las enredaderas enroscadas a la verja, y varias acacias, cuyas fornidas ramas ocultando casi por completo los balcones, oponían a la curiosidad una cortina impenetrable. Las persianas estaban continuamente caídas y las vidrieras se abrían rara vez, sin que nunca sonase dentro cantar de criada ni piano de señora.

Y como si imaginase que con un arma de fuego le estaban apuntando al pecho y con otra á la espalda, dejó velozmente el balcón, dió algunas vueltas por la sala, fué, por último, á sentarse delante del piano y empezó á correr los dedos por las teclas distraídamente.

Nunca fue demasiado aficionada a las galas, pero de pronto se descuidó por completo en el vestir; le gustaban las flores y dejó de adornar con ellas su cuarto; deliraba por la música y pasó semanas enteras sin abrir el piano.

Concluída la redowa, la hermosa señorita siguió jugando en el teclado. Primero, escalas rapidísimas, cuyas notas se desgranaban como las cuentas de un collar; luego pasajes favoritos, temas predilectos, un fragmento melódico, arrullador y deleitoso. De pronto, cuando menos lo esperaba yo, dejó su asiento la tocadora. Cerró el piano y corrió a la ventana. ¡Linda, hechicera criatura!

Palabra del Dia

malignas

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