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Quedose contemplando, sin saber por qué, la testa del toro, y el recuerdo más penoso de su vida profesional acudió a su memoria. Era una satisfacción de vencedor tener en su despacho, visible a todas horas, la cabeza de aquella mala bestia. ¡Lo que le había hecho sudar en la plaza de Zaragoza! Gallardo creía a aquel toro con tanto saber como una persona.

«Se confirma lo que esta mañana se decía murmuró D. José demostrando una gran pesadumbre . El Rey se va, renuncia a la corona, y a no hay quien me quite de la cabeza que es la persona más decente... Todos somos iguales» afirmó Isidora repitiendo la frase.

El sultán hubiera podido también lanzar contra la ciudad la caballería selecta de los guardias de su persona, que eran cerca de doscientos, y ocho terribles elefantes para la pelea y dirigidos por hábiles cornacas negros. Esto fue lo primero que logró evitarse merced a un dichoso golpe de mano.

Un horror instintivo la alejaba de la casa de Aldeacorba, horror con el cual se confundía la imagen de la señorita de Penáguilas, como las figuras que se nos presentan en una pesadilla; y al mismo tiempo sentía nacer en su alma admiración y simpatía considerables hacia aquella misma persona.... A veces creía con pueril inocencia que era la Virgen María en esencia y presencia.

Estaba más alta, un poco más gruesa, con el color menos pálido, la boca más risueña, los ojos no menos seductores y arrebatadores que los de su madre, célebres en toda la redondez de España, la voz más segura, sonora y grave, y el conjunto de su persona respirando firmeza, vida, soltura y nobleza. ¡Oh imagen tan perfecta vista como soñada! ¿Fue suerte o desgracia haberte conocido?

En todas ellas Fernan Jiménez ganó reputacion y ocupó lugar honroso, pero el peligro de sus amigos en su ánimo pudo tanto, que dejó sus acrecentamientos seguros y ciertos, por socorrerles con su persona. Habida licencia del Duque, con una galera, y en ella ochenta soldados viejos, llegó á Galípoli. Fué de todos recibido con notables muestras de agradecimiento.

Sobre todo, el condesito de Rumblar no cabía en su pellejo de puro alborozado; y como con el roce de tanta y tan diversa gente se iba despabilando por extremo, llegó a adquirir un desembarazo, un dominio de su propia persona que antes no tenía.

A todos pareció peligrosa la detencion, y que debia el infante partir luego, porque el ejército no se enfriase en el gusto que tenia de su venida, y Rocafort no tuviese tiempo de concluir ni mover nuevas pláticas en deservicio del rey, y excluir del gobierno su persona.

Lo más probable era que la persona conocida con el sobrenombre de «el ciego», que era el enemigo de Blair, según se adivinaba por la carta, había conseguido apoderarse de la preciosa bolsita de gamuza, que, por derecho, me pertenecía ahora, como también del misterioso secreto que encerraba.

Cuando le hablaba, tenía que levantar la cabeza, tanto como si hubiese querido examinar la copa de un álamo. Era de origen plebeyo, y como la mayoría de los de su raza, estimaba más que cualquier otra cualidad la fuerza física y profesaba por mi mezquina persona un profundo desprecio.