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Actualizado: 20 de junio de 2025


Todos estaban en una situación magnífica. Su ilustre padre era presidente de varias sociedades patrióticas ya que sus años no le permitían ir á la guerra y organizaba además futuras empresas industriales para explotar los países conquistados.

Y en cuanto a su cómplice... ¡oh! en cuanto a su cómplice.... Por de pronto yo manejo la espada y la pistola como un maestro; cuando era aficionado a representar en los teatros caseros es decir cuando mi edad y posición social me permitían trabajar, porque la afición aún me dura comprendiendo que era muy ridículo batirse mal en las tablas, tomé maestro de esgrima y dio la casualidad de que demostré en seguida grandes facultades para el arma blanca.

Luego tocaba a Isidora explanar sus pretensiones. ¡Pero le era tan difícil hacerlo!... Sus ideales eran confusos, y su posición particular, su delicadeza, no le permitían hablar mucho de ellos. ¡Oh!, si dijera todo lo que podía decir, Miquis se asombraría, se quedaría hecho un poste. ¡Pero no, no podía explicarse con claridad! La cosa era grave.

Julio, por su parte, tenía misteriosas ocupaciones que sólo le permitían subir á la cubierta después de media noche. Con la precipitación de un hombre que desea ser visto para evitar sospechas, entraba en el fumadero hablando alto y venía á sentarse junto al marido y sus camaradas.

Jacinta tenía idea tan alta de los talentos y de las sabias lecturas del Delfín, que rara vez dejaba de doblegarse ante ellas, aunque en su fuero interno guardase algunos juicios independientes que la modestia y la subordinación no le permitían manifestar.

Las ocupaciones de su vida vertiginosa, los continuos viajes, no le permitían con su mujer más que pasajeras y rápidas intimidades. Pero para él no existía otra mujer en el mundo, y era ciego y sordo ante muchas seducciones que le asediaban, atraídas por su opulencia.

Y casi bruscamente, le dijo que podía retirarse. Cuando se quedó solo dio orden de que no se dejara entrar a nadie más. La gravedad de sus pensamientos en ese instante y la irritación que sentía contra mismo, no le permitían ocuparle de otro asunto. La observación que le había hecho Vérod era justísima: ¿Cómo negar su valor?

Tampoco las lesiones internas, el camino seguido por el proyectil, que iba por una línea inclinada de abajo arriba, permitían formarse una opinión precisa. En la persona de la muerta, ningún rastro de la violencia: ni en las manos, ni en las muñecas, ni en el cuello.

Don Matías tenía sus manías; por ejemplo, ir siempre tarde a comer para demostrar que los muchos trabajos no le permitían ser puntual. Don Matías solía estar en su despacho con su gorro y su bata, cuando no andaba por el almacén, por entre hileras de sacos y de cajas, dando órdenes o paseando con las manos cruzadas en la espalda.

El pelo y el bigote canos; las arrugas, cierta tendencia a dejar caer sobre el pecho la cabeza, y, sobre todo, la mirada débil, como cansada de ver las cosas de este mundo, permitían suponer que tenía más de los sesenta.

Palabra del Dia

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