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Actualizado: 20 de junio de 2025


El casamiento de Gregoria se celebró a los dos meses, entre gallos y media noche, porque el luto y las circunstancias que le habían precedido, no permitían otra cosa; fué una ceremonia triste, casi fúnebre: los cuadros de la sala ostentaban aún negros crespones y la araña de cristal los colgajos negros, entonces de rigor; para alegrar la vista, se pusieron flores en los jarrones de las consolas.

Confieso que su belleza, su ingenio y sus talentos le dan un perfecto derecho á esperar de los que viven cerca de usted algo más que una fraternal amistad; pero mi situación en el mundo, los deberes de familia que me están impuestos, no me permitían ultrapasar esta medida para con usted sin faltar completamente á la probidad.

A la hora de vestirse, la emoción crecía, la memoria se le embrollaba más, y los nervios, vibrantes y desconcertados, no le permitían ejecutar obra alguna con acierto, ni cortar lo más sencillo por donde señalaba. Pero ¿qué había de sucederle con el trajín de tantas horas y las preocupaciones de tantos días, que le habían puesto la cabeza como una zambomba en ejercicio?

Aquél no le había escrito ni una sola carta, faltando a su solemne promesa. ¡Ingrato! ¿Qué le costaba poner dos letras diciendo, por ejemplo: Estoy bueno y te quiero siempre? Pero nada, ni siquiera esto... Revelaba estas tristezas a su única confidente, Aurora, en aquellos ratos de charla sabrosa que las señoras mayores les permitían.

Era muy dada a los libros; pero sólo leía cuando se lo permitían sus quehaceres. Leía todas las noches el «Año Cristiano», y se sabía al dedillo las vidas de los santos. Una noche le tocó leer la vida de Santa Teresa. ¡Jesús! exclamó. Si ya me la de memoria. ¡Puedo repetirla del pe al pa! Y como tía Carmen dudara, Angelina refirió, con muy buen acuerdo y muy donosamente, la vida de la mística.

Se veía con la imaginación vistiendo el trajecito escocés de su niñez, cuando su madre, con tocas de viuda, le llevaba a la Glorieta a que jugase con las niñas, pues su timidez y debilidad no le permitían alternar con los revoltosos muchachos. ¡Cuan hermosa estaba con sus negras tocas!

Se tuteaban, se habían criado juntos en la viña de Marchamalo, con aquella llaneza de trato que los Dupont permitían a su familia. Con don Pablo, era otra la situación.

Después de fijar con una rama el sitio de cada adversario, se hizo atrás, contemplando el terreno como un artista que abarca su obra en conjunto. Resultaba algo desigual. Uno de los dos iba a quedar muy en alto, con el vientre casi al nivel de la cabeza de su contrincante. Pero había de conformarse con los defectos del terreno: las circunstancias no permitían gran minuciosidad en los preparativos.

Los trabajadores de las viñas cobraban de treinta a cuarenta reales de jornal, y se permitían la fantasía de ir al tajo en calesín y con zapatos de charol. Nada de periódicos, ni de soflamas, ni de mítines.

Se nota en todos los trabajos del Calvario la ausencia completa de un plan preconcebido; parece que se han ido trazando caminos a medida que las desigualdades del terreno lo permitían.

Palabra del Dia

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