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Actualizado: 1 de junio de 2025
Era un caballero de cincuenta a sesenta años, bajo, delgado, con bigote y perilla canosos, ojos saltones y distraídos, resguardados por gafas. Llamábase D. Juan Peñalver. Era catedrático de Filosofía en la Universidad y había sido ministro. Gozaba fama de sabio, con justicia, y de una respetabilidad que pocos habían alcanzado en España.
Tenía ya la perilla amarillenta, el bigote más negro que blanco, ambos adornos de la cara tan recortaditos que antes parecían pegados que nacidos allí.
No habían andado mucho cuando tropezaron con el gran poeta don Luis de Rojas, el amigo cariñoso y el maestro venerado de Tristán. Era un viejecito pulcro, de facciones correctas y ojos vivos que gastaba perilla y bigote enteramente blancos ya y el cabello cortado en media melena como tributo pagado a su gloriosa juventud romántica.
Y don Álvaro estaba en traje de clérigo también, pero con bigote y perilla.... Después los tres juntos se habían puesto a cantar el Barbero, la escena del piano; él, don Víctor, se había adelantado a las baterías para decir con voz cascada: Quando la mia Rosina... el público de las butacas había graznado al oírle como un solo espectador.... Todas las butacas estaban llenas de cuervos que abrían el pico mucho y retorcían el pescuezo con ondulaciones de culebra.... «Una pesadilla» pensó Quintanar, y entre dormido y despierto emprendía la marcha a pie por la carretera de Palomares abajo.
Dejé crecer de nuevo bigote y perilla, y ambos eran ya de respetable dimensión cuando bajé del tren en París y me presenté en casa de mi amigo Jorge Federly.
Después de algunas apreturas, María y Genoveva consiguieron verse en el pórtico y emprendieron el camino hacia casa. Mas la señorita de Elorza volvía con frecuencia la cabeza. Un caballero anciano, alto, delgado, pálido, con perilla y grandes bigotes blancos, vestido de negro de pies a cabeza, las seguía a larga distancia.
Si Camaroncocido era rojo, él era moreno; aquel siendo de raza española no gastaba un pelo en la cara, él, indio, tenía perilla y bigotes blancos, largos y ralos. Su mirada era viva. Llamábanle Tío Quico y, como su amigo, vivía igualmente de la publicidad: pregonaba las funciones y pegaba los carteles de los teatros.
Yo soy tan católico como el primero dijo un maestro de la Fábrica Vieja, de larga perilla rizada y gris, socialista cristiano a su manera soy tan católico como el primero, pero creo que al Magistral se le debería arrastrar hoy y colgarlo de ese farol, para que viese salir el entierro....
Por estos mismos lugares había pasado también, siglos antes, un sacerdote de alta frente remangándose la sotana en los charcos y llevándose la otra mano a los bigotes y la perilla con gesto de antiguo soldado. Era don Pedro Calderón.
Fernando, ante estos vestigios de la época del Imperio, evocaba en su imaginación el típico caballero del Brasil tradicional, tal como lo había visto en libros y grabados: galante en sus maneras, sentimental y poético como un lusitano, la cara enjuta y pálida, con ancha perilla, sudando bajo la levita negra y el cilindro lustroso del sombrero de copa, un quitasol bajo el brazo y unos pantalones blancos de hilo por toda concesión al clima de su país esplendoroso.
Palabra del Dia
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