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Paz, movida de un sentimiento de mujeril delicadeza, corrió a la estufa, cortó dos magníficas rosas y, dándoselas al chico, además de la que llevaba prendida, le dijo: Estas dos, las mayores, para tu novia: esta otra pequeña, la que yo tenía puesta, para Pepe: ¿entiendes? ¿Conque tienes novia? Pues, ¿qué cree Vd., señorita, que soy de palo?

Aresti se vió asediado por su parienta. La pequeña de Lizamendi no le parecía mal. La mamá aceptaba, sonriendo, el plan de Cristina, y el doctor encontraba á las de Lizamendi con una frecuencia alarmante en el salón de su casa. Al fin acabó por ceder á los reiterados consejos de su prima, que parecían apoyados por el silencio y la mirada tranquila de Sánchez Morueta. Si había de casarse, no era mala proporción la de Lizamendi.

Con sus brazos enjutos tiró de la cuerda, izando la pequeña vela triangular de la embarcación.

En los asientos del centro, entre varias fiambreras, cajas y piezas de una pequeña tienda de campaña desarmada, iban Kate, la doncella inglesa de la condesa de Albornoz; Fritz, su lacayo prusiano, y Tom Sickles, su famoso cochero, que sin perder su flema inglesa miraba de cuando en cuando con inquietud las evoluciones no del todo diestras que imprimía al fogoso tiro la débil manecita de su ilustre dueña.

En un particular les era vasta, inmensamente superior: en la facultad de recordar las buenas comidas de que había disfrutado y que constituían no pequeña parte de su felicidad terrenal. Era un gastrónomo consumado.

Tal vez el temible orador estaba ya hablando á estas horas. Flimnap corrió al palacio del gobierno, entrando en el ala ocupada por el Senado. Su amor por Gillespie le sugería las más atrevidas resoluciones. El tímido profesor, que pocos días antes era incapaz de la más pequeña iniciativa, se asombraba ahora de su audacia.

Miró Cristela al enano de pies a cabeza, con mirada tan despreciativa, que a no llevar Bob puesta su cota de hierro bajo el mandil de cuero, hubiérale partido en dos mitades como la espada de un gigante. ¿Cómo se atrevía esa rata de las montañas a suponer que ella, Cristela, la princesa mejor educada de la cristiandad y sus alrededores, tuviera una mala costumbre?... Verdad que de pequeña tuvo algunas, como la de pellizcarse la nariz, comerse las uñas y empujar con el dedo la comida servida en el plato... Pero todas fueron corregidas por las reprensiones y castigos que le impusiera la reina, su agusta madre.

Así aquel Misionero que prosigue diciendo otras mil cosas de bondad y devoción de sus cristianos, que sirven de no pequeña confusión y rubor á quien ha nacido y vivido en el gremio de la Santa Iglesia.

Además, tengo mis iniciativas propias sobre la forma del libro. Debe ser grueso, muy grueso. No tema usted correrse; se gastará en imprenta lo que sea preciso. Los capítulos deben ostentar al frente esos párrafos en letra, pequeña que llaman sumarios. Esto me ha gustado siempre; da cierto aire de seriedad y de método.

No he visto jamas una raza tan enérgicamente hermosa como la de Sevilla, y creo que no tendrá rival en Europa, si no es en algunas regiones orientales, en Hungría y en algunas provincias de Italia. La hermosura es tan general en los tipos sevillanos que es casi vulgar. El hombre es generalmente de talla alta, la mujer de regular si no pequeña estatura.