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Y al salir hizo un gesto tan irreverente ante las barbas venerables de D. José de Relimpio, que este, furioso ya por oírse llamar Pepillo, no pudo contener su indignación, y cuando el ser humano estuvo fuera, exclamó: «¡Canalla!... ¿Pero es posible, hija, que , , aceptes?... Provisionalmente dijo Isidora, como si despertara de un desagradable sueño . ¡Estoy tan mal...! Necesito...».

Cierto que todas las tardes paseamos en el jardín; pero no solos, como usted dice, Luisa. Don Carlos y doña Gabriela van detrás de nosotros, y Pepillo nos hace compañía.... , Pepillo; como quien dice: el «bufón del Rey...» ¿Sabe usted cómo le llama éste a Pepillo, a su cuñadito de usted?.... No. ¡Rigoleto! Las chicas se echaron a reír. Estábamos en el atrio de la Parroquia.

Entonces Gabriela me refieró mil incidentes desagradables, y me hizo comprender, muy claramente, que temía que Pepillo dijera el mejor día algo que me lastimara y me ofendiera, y con este motivo la pobre niña me abrió su corazón.

Dijo la señora que Pepillo deseaba pasar ese día en Villaverde, se resolvió darle gusto, y la salida quedó acordada para el día siguiente. En los momentos de retirarnos me detuvo don Carlos: El día cinco le esperamos a usted. Verá Usted a sus tías y comerá con nosotros. En la Plaza es la fiesta, y sin salir a la calle lo veremos todo: el paseo cívico, y los fuegos... que será cuanto habrá que ver.

Por instantes hasta el gran D. Pedro y D. Manuel José Quintana parecieron conformes. La composición de Pepillo corrió manuscrita por todo Cádiz. Después la refundió su autor, y fue publicada en 1812. Dividiose después la tertulia. Los políticos se agruparon a un lado, y el atractivo de las mesas de juego llevó a la sala contigua a una buena porción de los concurrentes.

No, mamá; interrumpió Gabriela ya te he dicho la historia de Angelina. El P. Solís nos la contó una noche. Esa joven es hija adoptiva del P. Herrera. ¡Ah que mamá! exclamó el corcovadito. ¡Qué memoria la tuya! Acuérdate, acuérdate.... El P. Solís contó la historia. Esa joven.... Calla, Pepillo; no hables de eso.... No son cosas de niños... dijo Gabriela.

¡Cosas tuyas, Gabriela! exclamaba la señora. ¡Nada le toleras a Pepillo! Niña: piensa que el pobrecillo está enfermo.... Recuerda que es muy desgraciado.... El jorobadito y yo hicimos buenas migas; yo compadecía su miseria, y él me respetaba y me quería.

Le dejé una carta del señor Fernández, en la cual le consultaba no qué acerca de las enfermedades de Pepillo, y me fuí en busca de Andrés hacia su tenducho de «La Legalidad». El pobre viejo se olvidó de sus marchantes, saltó por encima del mostrador, y corrió hacia mi, abriendo los brazos.

Gracias a las advertencias de Gabriela que me pusieron en guardia contra los caprichos del niño, Pepillo fué siempre dócil y cariñoso conmigo. Todas las mañanas iba al escritorio, me pedía lápiz y papel, y se pasaba las horas pintando monos y casitas.

De tarde en tarde, después del despacho, salíamos de paseo, a lo largo del río, hacia los campos de caña de azúcar, hasta las faldas de pintoresca y cercana colina, algunas veces a acaballo, las más a pie. Mauricio empujaba el cochecito de Pepillo, y don Carlos y doña Gabriela le seguían a corta distancia. La joven y yo nos deteníamos aquí y allá en busca de flores o de helechos.