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Actualizado: 12 de junio de 2025
Ya pareció el peine me interrumpió con cierto despecho; ¡como si hasta que ustedes vinieron al mundo no supiera el hombre lo que era dignidad! No se ofenda usted, don Pelegrín, y óigame con calma.
Pero comenzó un día á hablarme del Santander de sus tiempos y de las costumbres de su juventud, y sin darme cuenta de lo que me sucedía, halléme con que me iba interesando el viejo don Pelegrín. ¿Y cómo no interesarme si es la mejor crónica del pueblo, la única tal vez que nos queda? Desde entonces estreché más mi trato con él, y di en agobiarle á preguntas.
Malo ó bueno, ello es de la propiedad de don Pelegrín, y en él declino mi responsabilidad....
¡Ah! exclamó el duque de Lerma, abandonando su sillón y yendo á abrazar á Santos ; sí, sí, tú eres mi amigo; tú eres la única persona leal con que cuento; ¡el capelo! ¡y no se me había ocurrido! ¡y sin embargo, tengo el alma llena de una inquietud vaga, del temor de verme envuelto en las traiciones infames, en los delitos de los que me rodean! ¡el capelo! ¡gracias, Pelegrín, gracias!
La verdad es, sin que importe el cómo, que don Pelegrín se hizo amigo mío, y que raro es el día en que no me echa un párrafo de historia antigua, apenas entro en el café, su morada habitual desde las tres de la tarde hasta las ocho de la noche, y me siento en mi rincón preferido... Y ahora recuerdo que la coincidencia de buscar los dos el ángulo más apartado, á la vez que el sofá más mullido del café, dió origen á nuestro conocimiento.
Pelegrín, habiendose sacado de dicho cantina se sacaron catorce asemilas cargadas de eftcto y ademas la infanteria bino cargada de efetctos y la gente unicamente vió lo que cargo la infantería pues lo demas factura nose hapodido saber donde lo an trasportado; y ademas el día 2 le mande una comunicación á Vd. la que rregreso á este cuartel el día 6 disiendo que acausa de haber mucho enemigo y no saver suparadero no isieron entrega dicha comunicación.
Que la humanidad siempre es la misma bajo los distintos disfraces con que se va presentando en cada siglo. Y si el lector al llegar aquí, y en uso de su derecho, me pregunta á qué conducen las anteriores perogrullescas reflexiones, le diré que ellas son lo único que saqué en limpio de mi última sesión con mi buen amigo don Pelegrín.
¡El capelo! ¡el capelo! exclamaba el duque de Lerma paseándose á largos pasos por su despacho . ¡Y que no se me haya ocurrido! ¡el capelo! ¡hijo de Roma! ¡la Iglesia puesta entre el poder temporal y yo! ¡qué quieres, Pelegrín! Seguir siendo vuestro secretario. ¿Y nada más? Nada más. Pero para que siga siendo vuestro secretario, es necesario que no me deis muchos días como hoy.
En seguida, buscad un hombre bravo y de puños, que tenga conocimiento con algunos como él, y avisadme cuando le tuviéreis. Muy bien, señora. Idos, pedid las llaves de esa casa y buscad en seguida, con ellas, á Pelegrín Santos. Rivera se inclinó y salió.
Aquí don Pelegrín se limpió los labios con su pañuelo, arregló la capa sobre las rodillas, sacó la caja de rapé y tomó un polvo con marcial desenfado.
Palabra del Dia
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