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Actualizado: 26 de junio de 2025


Dicen que le encontraron con la cabeza apoyada en las manos, seco, rígido y sin sangre. No puedo pintarte el horror que me causó lo que vi. Le habían incorporado en el asiento. Toda la pechera de la camisa estaba manchada de sangre, la barba llena de cuajarones... los ojos abiertos. De la puerta me volví, y no cómo llegué al taller, porque me iba cayendo por el camino; tal impresión me hizo.

Eran dos hombres colosales, hermosos, con aire de muy ricos, vestidos suntuosísimamente, con chaqueta y calzón corto de terciopelo negro y chaleco de raso azul, todo ello muy adornado de gruesos y pomposos botones de plata, y con unas camisas tan bordadas, rizadas y llenas de primores, que cada pechera representaba el trabajo de seis años de una comunidad de monjas.

Se abrió la puerta para dar paso á Canterac; pero éste permaneció inmóvil en el quicio algunos momentos, deseoso de que todos le viesen bien. Iba vestido de smoking, con pechera dura y brillante, y mostraba cierta indolencia aristocrática al andar, lo mismo que si entrase en un salón de París.

Usaban todas corpiño y enaguas de paño negro ó color de castaña, con mangas, pechera y delantal de muselina ó indiana blanca. Así mismo, todas revelaban su benignidad de carácter y su modesto bienestar en sus redondas carnes, sus rosadas mejillas, su risa candorosa y afable y sus ojos azules llenos de dulzura.

De tiempo en tiempo veía relucir lo blanco de una pechera o el extremo de un brazo desnudo, en medio de una obscuridad purpurina, como diría Schiller. ¡Ah, ! ¡es cierto! Una cosa más me llamó la atención.

En aquel instante Mesía notó que la cabeza de Ana caía sobre la limpia y tersa pechera que envidiaba Trabuco. Se detuvo el buen mozo, miró a la Regenta inclinando el rostro y vio que estaba desmayada. Tenía dos lágrimas en las mejillas pálidas, otras dos habían caído sobre la tela almidonada de la pechera. Alarma general.

Y en esto, como se comprenderá fácilmente, había sus más y sus menos. Su figura, aunque agradable, era exigua. El mayor dolor de su vida era no poseer cuatro ó cinco dedos más de estatura. Pero sabía realzarla extremadamente vistiendo con particular esmero: la pechera de la camisa adornada con botones de diamantes, la faja de seda, las botas de charol.

A esas horas del día la toilette de don Narciso era negligente; pero daban las cuatro, y, no bien había entrado el gallego cuotidiano con las viandas, don Narciso se engolfaba en los antros profundos de la trastienda, sacaba del interior del mostrador un pan de jabón de España, se lavaba con él, en un lavatorio cojo de hierro con pies de sátiro, y a la luz de un cabo de vela, se acariciaba el cuello y la pechera de la camisa para quitarles el aspecto marchito que la labor del día les había impreso; tomaba el peine desdentado de su uso y se peinaba sin agregar otra pomada a sus ensortijados cabellos que un poco de goma de membrillo elaborada por él mismo para su uso particular.

Dicho lo cual, se desabrochó el cuerpo del vestido enseñando la chambra y el nacimiento del pecho, para que quien les sorprendiese supusiera que estaban entregados a impuras y culpables caricias. Don Quintín se desabrochó también el chaleco, mostrando la pechera de la camisa.

Después entraba la marquesa vestida con llamativo lujo y apoyada en el brazo de él mismo, que iba de frac, con una perla enorme en la pechera. El encargado del establecimiento le saludaba familiar y respetuoso, como á un parroquiano conocidísimo; las mujeres admiraban de lejos las joyas de Elena; un groom diminuto como un gnomo se llevaba la rica capa de pieles de la señora, que esparcía un perfume de jardín de ensueño.

Palabra del Dia

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