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Mientras me hablaba así y yo le respondía dando vueltas por el gabinete, se pegaba al brasero como la zarza vieja a la grieta del peñasco, y no dejaba en paz a la badila pareciéndole poco el calor que le daban las ascuas en reposo.

El peñasco, que tenía más de dos varas en cuadro, figuraba una serie de cerros hechos con corcho y cartón piedra, dispuestos en caprichosos declives con las cimas cubiertas de nieve y en la parte baja serpeados por un arroyuelo de agua verdadera que venía a morir en un estanque con surtidor, de hoja de lata.

Al cabo de veinte y quatro horas viéron otra vez la luz; pero la canoa se hizo añicos en los baxíos, y tuviéron que andar á gatas de uno en otro peñasco una legua entera: finalmente avistáron un inmenso horizonte cercado de inaccesibles montañas.

Realmente, aquella llama en el vértice de la roca debía tener el aspecto de algo sagrado y religioso. Cuando se calentó el hornillo de la roca, ardían lo mismo las hierbas secas que las verdes; pero pronto dejé talado todo el peñasco, sin el menor rastro de vegetación. Pasó una hora y otra; llegó el mediodía. Impaciente, escudriñaba el mar. Nadie se acercaba.

Ante él erguíase el Vedrá, peñasco aislado, mojón soberbio de trescientos metros de altura, que en su aislamiento aún parecía más enorme. A sus pies la sombra del coloso daba a las aguas un color denso y transparente a la vez. Más allá de su sombra azulada hervía el Mediterráneo con burbujeo de oro bajo la luz del sol, y las costas de Ibiza, rojas y escuetas, parecían irradiar fuego.

Así vivían apegados, desde tiempo inmemorial, á lo exclusivamente suyo: y en usos, traje, acento, y hasta lengua, fueron siempre en Santander lo que el peñasco en la mar: bello para el artista; un estorbo para los múltiples fines de las humanas ambiciones. En tal estado de virginidad recibió esta gente las primeras noticias del acontecimiento de que íbamos hablando.

¿Qué aguinaldo quieres, monín?, le dijo pocos días antes de Navidad. Un nacimiento repuso el chico. Su abuelo fue con él a Santa Cruz, le dejó escoger cuanto quiso, pagó contento, quedó el niño gozoso, y dos criados trajeron a casa el peñasco lugar de la sagrada escena y la banasta llena de figuras de barro que habían de representarla.

Bajé a la, y quitándome los zapatos, salté de peñasco en peñasco; busqué a mis antiguos amigos de ambos sexos, mas no encontré sino muy pocos: unos eran ya hombres y habían abrazado mejor carrera; otros habían sido embarcados por la leva, y los que quedaban apenas me reconocieron. La movible superficie del agua despertaba en mi pecho sensaciones voluptuosas.

Rugía con creciente ira el viento, y la tronada se había situado sobre los Pazos, oyéndose su estruendo lo mismo que si corriese por el tejado un escuadrón de caballos a galope o si un gigante se entretuviese en arrastrar un peñasco y llevarlo a tumbos por encima de las tejas. ¡Con cuánto fervor empezó el capellán a guiar el Trisagio misterioso!

En propio toledano y buen romance Les dió los buenos dias cortesmente, Y luego se aprestó al forzoso lance. Y encima de un peñasco puesto enfrente Del esquadron, con voz sonora y grave Esta oracion les hizo de repente. O espiritus felices, donde cabe La gala del decir, la sutileza De la ciencia mas docta que se sabe!