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Actualizado: 22 de mayo de 2025


A las dos en punto marcharían todos hacia la Fábrica, cuya guardia, encomendada a la sazón al joven marqués de Peñalta, no pasaba de veinticinco hombres, y la atacarían ostensiblemente por las puertas, mientras otros escalarían por detrás las tapias.

La niña separó un poco las manos, y dejó escapar con cierta entonación colérica, pero adorable, estas palabras, que fueron cortadas inmediatamente por los sollozos: ¡Soñabas la verdad, ingrato! El marqués de Peñalta, loco, perdido, queriendo salírsele el alma por la boca, la estrechó entre sus brazos, sin poder articular una palabra.

No era el amor solamente quien le empujaba tan temprano a pisar la calle, sino también la triste soledad que reinaba hacía tiempo en el inmenso y vetusto caserón en donde vivía; porque nuestro joven se hallaba solo en el mundo desde hacía poco más de un año. Su padre, el viejo marqués de Peñalta, había fallecido cuando él no contaba más de seis años de edad.

Dímelo, dímelo, María... De ti no ha nacido ese pensamiento... no has podido pensar que tu prometido, el marqués de Peñalta, el descendiente de tantos caballeros nobles, un militar pundonoroso y leal, pudiera escuchar con calma semejante proposición... no has podido imaginar que el hombre que te adora sea un cobarde traidor a quien sus compañeros escupirían con razón en la cara... Sólo así te puedo perdonar las horribles palabras que acabas de proferir... Oye, por Dios, María... En este momento tengo la cabeza encendida y el corazón helado... Escucho dentro de una voz que me anuncia una gran desgracia.

Pues eso fue cabalmente lo que hizo, apretando a la hija de sus entrañas con un abrazo y estrechando con la otra mano la del marqués de Peñalta. Vosotros no me abandonaréis, ¿verdad, hijos míos? dijo el anciano levantando su noble rostro varonil bañado en lágrimas. Ricardo estrechó con más fuerza su mano. Marta apretó con más fuerza su cuello.

Gracias a su carácter bondadoso, alegre y simpático, más que a su aplicación, terminó el joven marqués de Peñalta la carrera. En el colegio todo el mundo le quería, lo mismo alumnos que profesores. Era uno de esos muchachos francos y entrañables con los cuales es difícil reñir, y que todos buscamos para depositar alguna misteriosa confidencia del corazón en los amargos trances de la vida.

Algunas derramaban ya lágrimas llevándose el pañuelo a los ojos; otras se contaban al oído los preparativos para la fiesta y las circunstancias que habían acompañado a la determinación de la joven. Se hablaba mucho de una carta que ésta había escrito al marqués de Peñalta despidiéndose de él y disculpándose. Algunas compadecían a Ricardo, mientras otras murmuraban que no le faltaría novia para casarse. Después de todo, si Dios la llamaba a por ese camino, ¿había razón para apartarse de

Un día, hallándose destinado ya en el parque de Sevilla, le llamó el coronel a su pabellón y le preguntó: ¿Hace muchos días que no ha recibido usted carta de su madre, Peñalta? Ricardo se puso pálido como un muerto. ¿Qué pasa, mi coronel, qué pasa? No se sofoque usted, criatura. por una casualidad que se encuentra un poco enferma.

Palabra del Dia

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