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Actualizado: 17 de junio de 2025
Cerraron bien la puerta, para que nadie pudiera fisgonear desde el pasillo. Si alguien lo hiciera, no habría oído más que un abrir y cerrar de los cajones de la cómoda, un cuchicheo de Benina, y roncas gárgaras de la otra.
Pero no tuvo tiempo de pensar mucho en esto, porque de repente... tilín. Era próximamente la una y media. Corrió a abrir la puerta. El corazón le saltaba en el pecho. La figura negra avanzó por el pasillo para entrar en la salita. Fortunata estaba tan turbada que no acertó a decirle que se sentase y dejara la canaleja.
Sobre la mesa se veía un barquito que, sin duda, el torrero estaba tallando con un cortaplumas. Se oyó poco después en el pasillo el ruido de una pierna de palo, y entró el torrero, Juan Urbistondo. Urbistondo era un tipo extraordinario, un viejo lobo de mar.
Hablaba con una dulzura infantil, y el empleado acabó por reir, lo mismo que la mujer de la taquilla. La vieja los saludó á los dos con agradecimiento al ver que la dejaban pasar. Luego saludó también á un policía inmóvil en el pasillo de entrada, como si fuese un antiguo amigo. No le parecía el mismo de la noche anterior...pero ¡por si acaso era!...
Sin saber lo que hacía, Ana salió de sus habitaciones, atravesó el estrado, a obscuras, como solía, dejó atrás un pasillo, el comedor, la galería... y sin ruido, llegó a la puerta de la alcoba de Quintanar. No estaba bien cerrada aquella puerta y por un intersticio vio Ana claridad. No dormía su marido. Se oía un rum rum de palabras.
Aquel cuarto, tan reducido que bien hubiera podido llamarse ochavo, constaba de un pasillo estrecho, que parecia ancho á fuerza de ser corto, un gabinete donde bien podrian caber seis personas de pié, pero incómodamente, y un balcon á la plaza de los pájaros.
Antes de partir el tren, el empleado del vagón sabía ya el motivo que ha arrancado á la duquesa de su castillo cerca de Londres, haciéndola atravesar París de estación á estación. Va á Brindis me ha dicho para recibir el cadáver de su nieto, un aviador que acaba de morir en los Dardanelos. Algo entrada la mañana salgo al pasillo. Los vidrios de las ventanas están opacos á causa del frio exterior.
Tirso se metió en su cuarto y Leocadia fue a ayudar a su madre; pero el cura salió en seguida otra vez al comedor con la faz demudada, y cogiendo el periódico, lo arrugó con fuerza y, hecho una bola, lo tiró a un rincón. Como el pasillo era muy corto, Leocadia oyó el crujido del papel estrujado y volvió corriendo, a tiempo que su hermano tornaba a encerrarse en su habitación.
A las cuatro de aquella tarde, cuando, después de salir las tres damas, Clara se encontró sola, quiso satisfacer su curiosidad leyendo la carta que le había dado el abate; pero observó que Elías andaba por el pasillo: tuvo miedo, y la guardó. Media hora después, habiendo Coletilla salido con Carrascosa, se quedó sola, enteramente sola y encerrada. Entonces abrió la carta.
Pues ahora mismo voy yo a poner a su señoría macarena dijo Bermúdez empujando hacia dentro a las dos mujeres , delante de algo que no se pueda ver desde allá por mucho que levante la jeta el serrano de más alzada... ¡Canástoles con los melindres de mi abuela y el pujo de la comparación!... Por el pasillo de la derecha hasta la puerta de enfrente... Esta pieza, Nieves, no te la quise enseñar anoche, porque aún estaba arreglándose cuando te fuiste a acostar: ya te lo dije.
Palabra del Dia
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