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Actualizado: 19 de octubre de 2025
A su vista gritaba el populacho: ¡Muera Santos Pérez!, y él, meneando desdeñosamente la cabeza y paseando sus miradas por aquella multitud, murmuraba tan sólo estas palabras: «¡Tuviera aquí mi cuchillo!» Al bajar del carro que lo conducía a la cárcel, gritó repetidas veces: «¡Muera el tirano!»; y al encaminarse al patíbulo, su talla gigantesca, como la de Danton, dominaba la muchedumbre, y sus miradas se fijaban de vez en cuando en el cadalso como en un andamio de arquitectos.
Después del amanecer subió á la última cubierta, paseando cerca del puente de mando para poder hablar con alguno de los oficiales. Encontró á uno que no se parecía en nada al que había visto durante su ensueño, ocupando juntos el mismo bote cuando abandonaron el buque próximo á hundirse.
Las pocas horas que permanecía fuera de la cama pasábalas, bien sentado en una butaca, ya paseando por los corredores en silencio. Al cabo dejó de levantarse. Todo esto lo recordaba Luis perfectamente. Entraba en su cuarto, le veía tendido mirando al techo con extraña y terrible tristeza pintada en el rostro.
Por eso se le veía cumpliendo estrictamente los deberes del perfecto galán, paseando un par de horas por la mañana en la calle de Altavilla, donde vivía su novia, acompañándola los domingos en el paseo, sentándose a su lado en la tertulia de las señoritas de Meré o en la de Quiñones, y bailando con ella todos los rigodones en los saraos del Casino.
Se satisfacía teniéndolo horas enteras paseando frente a su casa, con la obligación de escucharle y apoyar todas sus palabras. Algunas veces, Gabriel sentía lástima ante la dependencia moral en que vivía el pobre joven, y abandonando a su sobrina, salía al claustro para unirse a ellos.
El suceso ha sido como voy á contar. Andaba paseando por el bosquecillo donde luego encontré al venerable eunuco, y al ilustrísimo caballerizo mayor. Observé en la arena las huellas de un animal, y fácilmente conocí que era un perro chico.
Saltó de la cama y encendió luz, paseando furiosamente por su dormitorio. ¡Ya ha sido!... Repetía las mismas palabras con una obsesión cruel: se arrepintió de su generosidad, como si fuese un crimen. «¿Por qué no lo maté?» Luego volvía á su afirmación con un acento plañidero, considerando irreparable lo que ya había sido.
Si Frígilis estaba en el Parque, sentía un amparo cerca de sí. Se calmaba. Crespo subía una vez cada tarde a verla; pero no se sentaba casi nunca. Estaba cinco minutos en el gabinete, paseando del balcón a la puerta, y se despedía con un gruñido cariñoso.
Sobre los dueños de la casa y sobre sus tertulios, Pinedo y Clementina comenzaron una conversación animada, inagotable. Pilar escuchó con atención al principio; pero como no conocía a la mayor parte de aquellos personajes concluyó por distraerse paseando su vista por las inmediaciones, fijándola en los pocos transeuntes que a aquella hora acertaban a pasar por allí.
Atención exclamó Hales, de pronto, paseando su mirada penetrante de Reginaldo a mí y sucesivamente, voy a hacerles una advertencia y bajó la voz hasta convertirse casi en un débil murmullo.
Palabra del Dia
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