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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Las oscilaciones del arroyo, que son apenas perceptibles durante los días apacibles, cuando gozamos paseando por la orilla de las aguas susurrantes, se vuelven por el contrario, fuertes y rápidas, después de los bruscos cambios de temperatura y de las grandes lluvias.
Quiso Dios cumplir mi deseo, y aun pienso que el suyo, porque, como comencé a comer y él se andaba paseando llegóse a mí y díjome: "Dígote, Lázaro, que tienes en comer la mejor gracia que en mi vida vi a hombre, y que nadie te lo verá hacer que no le pongas gana aunque no la tenga." "La muy buena que tú tienes -dije yo entre mí- te hace parecer la mía hermosa."
Lo diré en mi próxima crónica. ¿No le parece a usted mal que me sirva de sus opiniones? De ningún modo, porque a mí no me sirven para nada. Siguieron paseando, pero al alejarse un poco, un centinela les dió el alto y volvieron a la plaza. Se hallaba ésta solitaria. Dieron varias vueltas y un sereno les saludó y les dijo: ¿Qué hacen ustedes aquí? ¿No se puede pasear? preguntó Zalacaín.
Este comprendió que estorbaba y se despidió, anunciando otra vez, más que con palabras por medio de signos desesperados, que si había hombre en el mundo que semejase un sepulcro ese hombre era él, el paisano Barragán. Cuando quedó solo Tristán siguió paseando absorto en profunda meditación.
Buscaba una salida de aquel compromiso, y al fin la encontró: «¡Ah!». ¿Qué? ¿Dices que cómo lo sé, tontín?... Pues muy sencillo. Si lo traía el periódico... Tu tía lo leyó anoche. Mira, aquí está: que se cayó del caballo paseando por la Casa de Campo. Y recobrando su serenidad, revolvió en la mesa y cogió El Imparcial que, en efecto, traía la noticia: «Mira... ¿lo ves?... convéncete».
Alrededor de ellos, más de veinte pisaverdes, unos paseando nerviosos, otros, con más calma, a pie firme, esperaban igualmente cada uno por su lado.
Cuando se inflamaron los globos de luz eléctrica y se alejó el criado, Gallardo quedó en el centro del despacho, vacilante sobre sus piernas, paseando por las paredes una mirada de admiración, como si contemplase por primera vez este museo de gloria.
Al llegar á este sitio parecía que se acababa el mundo, y que detrás de la oscura cortina no había más que el espacio sin fin. Los condes y sus amigos detuviéronse á la puerta de la casa, y con la mano puesta sobre los ojos á guisa de pantalla, se estuvieron buen rato paseando la vista por el gran telón descrito.
Pero nada más. Sin embargo, el Rector del Seminario, hombre excesivamente timorato, según frase de la marquesa de Vegallana, no pasaba por aquellas mescolanzas de curas y mujeres paseando todos revueltos, en un recinto que no tenía un tiro de piedra de largo, y que tendría cinco varas escasas de ancho.
Vivía en un retiro casi absoluto, paseando alguna que otra rara vez por las orillas del mar, enteramente solo. El resto de los días lo pasaba encerrado en casa, según se decía, leyendo o escribiendo artículos impíos. El clero de Peñascosa hablaba de él con cierto desprecio rencoroso, del cual había llegado a participar el P. Gil, sin conocerle.
Palabra del Dia
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