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En las noches de luna era cuando había que ver a Mariquita paseando, Puente arriba y Puente abajo, con albísimo traje de zaraza, pañuelo de tul blanco, zapatito de cuatro puntos y medio, dengue de resucitar difuntos, y la cabeza cubierta de jazmines.

No obstante, sin convertirnos en genios como hacían nuestros antepasados en los tiempos fabulosos, podemos, paseando tranquilamente por los campos cultivados ó las áridas lomas, reconocer en la superficie del suelo los indicios que revelan el curso del oculto arroyo.

¡Tío...! ¡Don Gabriel...! decía con voz mimosa . Entren ustedes; dentro de casa estarán mejor; miren que, aunque hace sol, la tarde es fría. Pero el tío no prestaba atención a estas palabras y seguía paseando por el lado del claustro bañado por el sol, hablando campanudamente de su tema favorito: de la pobreza presente de la catedral y su grandeza en otros tiempos.

Lo había averiguado del modo siguiente: Iba paseando por una de las avenidas solitarias del Retiro cuando acertó a ver delante de y por la espalda dos figuras que le parecieron conocidas. Se acercó un poco más y se cercioró de que una de ellas era la del gran dramaturgo y su enemigo mortal Estévanez. ¿Por qué era su enemigo mortal Estévanez?

Conforme iba así disputando y paseando, advirtió de pronto que delante de él paseaban dos mujeres, pequeñitas ambas, esbeltas, jóvenes al parecer, aunque sólo de espaldas las veía, y que algo habían oído y seguían oyendo de su diatriba y de la disputa, porque de vez en cuando cuchicheaban y se reían, como si hicieran comentarios a la conversación de los que venían detrás.

Y se separaron, tan pronto como Luz se sentó donde antes había estado sentada, entre su madre y su amiga sin novio. La que le tenía continuaba paseando todavía con él.

Son proposiciones que le hace un empresario amigo mío. Vaya usted tranquilo. A las diez salía el tren, y aunque la estación distaba poco de la fonda, a las nueve andaba ya don Juan paseando su impaciencia por el andén, tan contrariado y en tal estado de ánimo, que si en aquellos momentos hubiese aparecido ella, se la lleva consigo.

Pero el duque, que vió perfectamente el ademán, no quiso hacerse cargo de él: siguió gruñendo, resoplando, dejando escapar interjecciones violentas y paseando furiosamente por la estancia. Hasta que se presentó Llera y con él un grupo de sujetos encogidos, mal trajeados, de fisonomía vulgar.

¿Y quién es Pablo? Ese señorito ciego, a quien usted encontró en la Terrible. Yo soy su lazarillo desde hace año y medio. Le llevo a todas partes; nos vamos por esos campos paseando. Parece buen muchacho ese Pablo. La Nela se detuvo otra vez mirando al doctor. Con el rostro resplandeciente de entusiasmo, exclamó: ¡Madre de Dios! Es lo mejor que hay en el mundo. ¡Pobre amito mío!

Del arte nadie sabía nada más que él: pronunciaba la palabra ahuecando la voz y paseando su mirada fulgurante por los circunstantes como si temiese cualquier profanación y estuviese apercibido a reprimirla de un modo sangriento.