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Algunos transeúntes se habían parado y formaron en torno de nuestro joven y de los niños un grupo que fue engrosando por momentos. Algunos quisieron ayudarle en la tarea: otros comenzaron a interrogar al mayor. Miguel les explicó lo que sabía, y causó gran indignación.

Quevedo aprovecho el tiempo, se fué al ángulo donde empezaba el reguero de pólvora que iba á terminar en los depósitos de pólvora de la reja y le puso fuego; instantáneamente retumbó una detonación y á seguida un golpe, como de un objeto desprendido y que había parado á poca profundidad.

Dijo más, que saliendo por la puente de Alcántara, dándole los muchachos priesa con la demanda de la cola, se había apeado del asno, y dando tras todos, alcanzó a uno, a quien dejaba medio muerto a palos; y que queriéndole prender se había resistido, y que por eso iba tan mal parado.

Martín pasó por el puente del Azucarero contemplando el agua verdosa del río. Al llegar a la plazoleta donde comienza la Rua Mayor del pueblo viejo, Martín se detuvo frente al palacio del duque de Granada, convertido en cárcel, a contemplar una fuente con un león tenante en medio, en cuyas garras sujeta un escudo de Navarra. Estaba allí parado, cuando vió que se le acercaba el extranjero.

A lo que respondió Sancho: -Mira, Ricote, eso no debió estar en su mano, porque las llevó Juan Tiopieyo, el hermano de tu mujer; y, como debe de ser fino moro, fuese a lo más bien parado, y séte decir otra cosa: que creo que vas en balde a buscar lo que dejaste encerrado; porque tuvimos nuevas que habían quitado a tu cuñado y tu mujer muchas perlas y mucho dinero en oro que llevaban por registrar.

En el baño habia una torre, memorable por haberse parado en ella despues que la ahuyentaron, segun cuenta la piadosa leyenda, la paloma blanca que se dejó ver sobre el cadáver del mártir S. Eulogio arrojado al rio.

Lázaro la dejó acercarse, parado en lo alto de un repecho, y al cabo de unos cuantos minutos vio clara, distintamente, lo que en un principio miró sin acertar qué era.

Hoy, en Alicante, cuando Azorín y Sarrió paseaban bajo las palmeras, frente al mar, se ha parado ante ellos un señor moreno y enjuto, de ancha perilla cana. Luego se ha dirigido a Azorín y le ha estrechado la mano con un apretón seco y nervioso. Yo quién es usted le decía y quiero tener el gusto de saludarle. Es usted uno de los hombres del porvenir... Azorín ha querido saber su nombre.

Preguntó el Corregidor que qué había hecho aquel mozo, que tan mal parado le llevaban. Respondió el alguacil que aquel mozo era un aguador que le llamaban el Asturiano, a quien los muchachos por las calles decían: "¡Daca la cola, Asturiano; daca la cola!", y luego en breves palabras contó la causa porque le pedían la tal cola, de que no riyeron poco todos.

Que se levante el ejército, pero que se siente don Cristóbal gritó uno. El Jubilado quedó parado en firme, echó una mirada de triste reconvención hacia el sitio de donde había partido la voz, se llevó el pañuelo a los ojos para enjugarse las lágrimas, bebió con calma lo que restaba de vino en la copa y se sentó gravemente entre el aplauso y la risa de los comensales.