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Actualizado: 28 de junio de 2025


Parecíale poco el papel impreso para propalar la gloria de Gallardo, y en las mañanas de invierno iba a colocarse en una esquina tocada por un rayo de sol, a la entrada de la calle de las Sierpes, por donde pasaban sus amigos.

Pero no sucedía lo mismo por parte de Fernando. Parecíale que el día de su felicidad no llegaría tan pronto como deseaba, y la idea de una dilación le ponía fuera de ; sin la enfermedad de Juanita y su estado casi desesperado, ya se hubiera verificado el matrimonio. Este mismo hombre, tan apasionado e impaciente, renunciaba a todas sus esperanzas y venía a despedirse de su prometida.

Maltrana creía caminar en medio de una bruma que le ocultaba los objetos, que hacía elástico el suelo, dando a sus pisadas una ligereza sobrenatural. Un perfumo extraño, de embriagadora suavidad, acariciaba su olfato. Parecíale imposible que una muchacha criada en las Carolinas, entre los desperdicios de la villa, oliese tan bien.

El bufón se levantó, llegó al secreter de la derecha, oprimió un resorte y el secreter giró dejando descubierta una obscura entrada. Adiós, duque, adiós dijo el bufón desapareciendo por ella , y no te atrevas á desobedecerme. El secreter volvió á girar. El duque quedó aterrado. Parecíale, ó mejor dicho, quería que le pareciese aquello un sueño.

Parecíale como una falanje de astros humanos, de cielos y mundos en forma de seres vivos, que allí se determinaban dentro del espacio mismo de una llama sin fin; cada uno engendraba miles, cada mil un millón; se alejaban y volvían, se obscurecían tenuamente, y de nuevo adquirían el brillo de la más intensa luz.

Pero doña Sol, satisfecha del buen éxito de su presentación, reía del miedo del espada. Parecíale el bandido un buen hombre, un desgraciado cuyas maldades exageraba la fantasía popular. Casi era un servidor de su familia. Yo le creía otro; pero de todos modos, celebro haberle visto.

Parecíale estar en la casa maldita, en la cueva, que decía misia Gregoria, acompañando a la hacendosa tía Silda, ayudándola a preparar la cena, o a limpiar, o a zurcir; y cuando llegara el tío del Ministerio y el primito de la Bolsa, con qué gusto se sentaría a la mesa, en tan amable compañía, feliz de verlo todo en regla, el mantel planchadito, los vasos bruñidos, los cubiertos lucientes como plata de veras, ¡feliz de que la tía la mirara con complacencia, convencida ya de que ella, aunque Esteven, no era ni mala ni torpe! ¡feliz de estar cerca del primo, y poder reanudar el coloquio del baile, sin censura ni anatema!

Parecíale que aquella falta de encantos y aquel extraordinario patrimonio podrían ser, a no evitarlo cuidadosamente, dos elementos de infortunio: pero aún no había tenido su prudencia graves riesgos que preveer, ni su cariñosa entereza pasión mal inspirada a que oponerse.

Parecíale que aquella habitación donde reinaba tan imponente silencio, donde ardían tan altas y graves las luces, era el mismo templo en que no hacía dos horas aún se había puesto de hinojos.... Volvió a arrodillarse, divisando allá en la sombra de la cabecera del lecho el antiguo Cristo de ébano y marfil, a quien el cortinaje formaba severo dosel.

A veces, al caminar por las revueltas callejuelas de la morería, imaginaba haber descubierto toda la trama de la conjura, y parecíale ver ante la figura sobrehumana de Felipe Segundo, acercándose gravemente y echándole al cuello la venera de un hábito.

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