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Actualizado: 28 de junio de 2025


¡Ah! ¡Margalida! dijo Febrer con asombro . ¡Margalida con novios!... Lo que él había visto en tantas casas de la isla parecíale un espectáculo absurdo en Can Mallorquí.

Sancho, todo triste, todo apesarado, no sabía qué decirse ni qué hacerse: parecíale que todo aquel suceso pasaba en sueños y que toda aquella máquina era cosa de encantamento. Veía a su señor rendido y obligado a no tomar armas en un año; imaginaba la luz de la gloria de sus hazañas escurecida, las esperanzas de sus nuevas promesas deshechas, como se deshace el humo con el viento.

Parecíale que las rugosidades de la corteza adquirían expresión de ira y se animaban con terrible mirada. Al primer golpe, parecía la húmeda madera como sonrosada carne de ninfa. «El sacerdote lo ha permitido, pero ¿qué dirá la propia divinidad? ¿No retrocederá el hacha de pronto, para hendir el cuerpo de quien la esta manejando

El generoso galán veía los más sublimes problemas morales en la frente de aquella infeliz mujer, y resolverlos en sentido del bien parecíale la más grande empresa de la voluntad humana. Porque su loco entusiasmo le impulsaba a la salvación social y moral de su ídolo, y a poner en esta obra grandiosa todas las energías que alborotaban su alma.

La obediencia que de él exigía, le era otorgada de buen grado; la conversión en que había puesto su alma entera, fue completa, y, a pesar de todo, nada de esto le satisfacía su espíritu. Había cumplido con todos los requisitos de su deber religioso al redimir a su hijo, y, no obstante, parecíale que faltaba algo a su brillante acción.

Una abolición mortal solía bajarle de la garganta a los pies, suprimiendo todas las sensaciones ordinarias de peso y de contacto; y sólo el cerebro conservaba la vibración de la vida. Parecíale entonces flotar en los aires y columpiarse a grandísima altura.

Parecía que Magdalena estaba a su lado; el aire que pasaba sobre su rostro era el soplo de la joven; racimos de ébano que acariciaban su frente eran sus cabellos flotantes; la ilusión era extraordinaria, inaudita, viva; parecíale sentir hundirse el banco en el cual estaba sentado, como si un dulce peso hubiese venido a aumentar el suyo; su boca estaba jadeante, su pecho se levantaba y hundía; la ilusión era completa.

Y después de haberlo contemplado despacio, parecíale sentir en los hombros una pesadumbre abrumadora y dulcísima a la vez, y una calma honda, como si se encontrase calculaba él para sepultado en el fondo del mar, y el agua le rodease por todas partes, sin ahogarle.

La hermosa casa que había mandado construir sobre las arenosas colinas, parecíale a veces solitaria y triste. A menudo, sorprendíase a mismo, tratando de reconstruir con las graves facciones de Carlos las de aquel niño cuyo vago recuerdo tanto le ocupó en el pasado y que tanto hoy le preocupaba. Imaginábase que era ésta señal de que se le acercaba la vejez y con ella una nueva infancia.

Recordó que la Iglesia festejaba anticipadamente la Resurrección y que el cuerpo de Jesús había permanecido en el sepulcro hasta la mañana siguiente, y con aquella idea, al levantar los ojos al cielo, parecíale aspirar los aromas del divino sudario y como una sagrada frescura que bajara de las estrellas.

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