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Tía María, ¿quién piensa en amores? respondió don Modesto, en cuya calma y tranquila existencia no se había realizado el eterno, clásico, pero invariable axioma de la inseparable alianza de Marte y Cupido . ¿Quién piensa en amores repitió don Modesto en el mismo tono en que hubiese dicho: ¿quién piensa en jugar a la billarda o en remontar un pandero?

¿Pero qué jerga es esa? ¿Qué demonios tiene eso que ver con lo que te pregunto? Usted no cae en la cuenta contestó el socarrón del abate, porque no sabe que esas dos señoras viven en la misma buhardilla en que hace diez años vivió la hija del herrero, Josefita Pandero, de quien anduvo tan enamorado el conde de Valdés de la Plata: es decir, en el número 6 de la calle de Belén.

Para que ningún humano oído quede en estado de funcionar al día siguiente, añaden al tambor esa invención del Averno, llamada zambomba, cuyo ruido semeja á gruñidos de Satanás. Completa la sinfonía el pandero, cuyo atroz chirrido de calderetería vieja alborota los nervios más tranquilos.

Y entonces dijo la guía: -Suplico a vuesa merced, señor don Quijote, que mire bien y especule con cien ojos lo que hay allá dentro: quizá habrá cosas que las ponga yo en el libro de mis Transformaciones. -En manos está el pandero que le sabrá bien tañer -respondió Sancho Panza.

Anticristo o lo que seas exclamó Encarnación volviendo a tomarle en sus brazos , me tienes boba. Te voy a comer». Y estallaban los besos como cohetes. En pie ya para marcharse, después de tomar su recibo, la Sanguijuelera, sin soltar a Riquín, dijo a Isidora: «¡Pero qué alma tienes! Dijiste que le ibas a comprar un pandero, y no se lo has comprado... ¡Anda, mala madre!

Era la valerosa pitillera chiquita y delgada; tenía a la sazón el rostro encendido, ladeado el tricornio, y con picaresco ademán repicaba un pandero roto ya, y muy engalanado de cintas. Ana y Amparo figuraban entre los grumetes. La Comadreja hacía un grumete chusco, travieso y cínico; Amparo, el más hermoso muchacho que imaginarse pueda.

Yo anduve en el asunto. Ya recuerdo haberte oído contar algo de eso. ¿Pero qué tengo yo que ver con Josefita Pandero ni con esas señoras Remolino...?

El baile se distingue por la seriedad y circunspección con que se mueven las parejas. No hay más instrumento que un pandero. La copla corre á cargo de una cantora-bastonera, cuyo pulmón es infatigable. Pues bien: aun estas horas de expansión y esparcimiento, nótase la frialdad ó desdén con que el hombre del campo mira á su compañera.

Su desidia es tan grande como su disposición para todas las artes. CUESTA. Que nos enseñe sus acuarelas y dibujos. Verá usted, Marqués. ELECTRA. ¡Ay, ! Soy una gran artista. MÁXIMO. Alábate, pandero. Tiene usted razón, Salvador. Siempre la tiene, y ahora, en el caso de Electra, su razón es como un astro de luz tan espléndida, que a todos nos obscurece.