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Actualizado: 13 de junio de 2025
Cuando quiera, estamos listos. Bueno, don Saverio, haga llevar al cuarto café con leche, pan y manteca, bien servido, ¿eh? y con el mate en la mano se dirigió al dormitorio de sus compañeros, a quienes dijo: ¡Muchachos!... ¡Aquí está la Pampita! ¡El qué? exclamó Ricardo, irguiéndose rápidamente en la cama, al mismo tiempo que Lorenzo se incorporaba también. Que ya es de día... contestó Melchor.
¿Quién desea un cimarrón? preguntó Baldomero, parándose en la puerta, y agregó: Buenos días, señores. Buenos días contestaron; pase adelante. ¿Han descansado? Hemos dormido perfectamente. ¡Pero han soñado mucho! dijo Melchor, riendo, mientras servía el desayuno. Si... ¿no? ¿y con quién? Son pavadas de éste repuso Ricardo. ¿Pavadas?... ¿Y el galope que ha pegado Lorenzo con la Pampita?...
Momentos después de partir el break, la Pampita percibía claramente el repiqueteo del cascabel del cadenero y las voces de Hipólito: ¡Jiú!... ¡jiú!... ¡jiú!... Si Lorenzo y Ricardo habían salido hondamente entusiasmados con la visita a la «Pampita», ésta, había quedado más impresionada que en otros casos, ante la presencia de aquellos dos buenos mozos, gallardos y cultos.
¡Sin duda! dijo Melchor, el barómetro marca ya 755 milímetros agregó, mirando al que pendía de la pared del comedor, donde acababan de almorzar. ¡Qué agradable sería dormir la siesta bajo un buen aguacero! Aquí tienes, ché, Ricardo, un día excelente para ir a visitar la «Pampita»... y hacer méritos... ¡Hacer una barbaridad!... porque me moriría en el camino.
¿Qué sensato el viejo, eh? Y lo ha conseguido, don Ricardo, porque la Pampita no ha dado qué decir, eso sí, y todos saben que el que cae a la chacra con malas intenciones... ¡sale como escupida en plancha caliente!...
¿Me esperabas a mí, no es cierto? dijo Melchor y dirigiéndose al sirviente que se retiraba después de haber guardado unos platos: José, antes de irse, deme una taza de café. Empezaré, pues, por lo que Baldomero llama lo principal. ¿Y de no?... ¿a qué fue don Ricardo? ¡Andando! Tienes la palabra. Y en una sola lo diré todo: la «Pampita»... ¿El qué? ...la «Pampita»... ¡Acaba!
Así lo hicieron, y al llegar al break se cambiaron efusivas expresiones de amistad y promesas de repetir la visita, mientras Lorenzo y Ricardo sentían una verdadera fascinación ejercida por aquella Pampita de veinte años, que había resultado querer sólo a su padre...
¡No le decía yo, don Ricardo!... Conteste a mi pregunta, usted que la conoce perfectamente. Vea, don Ricardo, para qué le voy a decir una cosa por otra: la «Pampita» es una muchacha de mucha voluntad... ahora si usted la quiebra... puede que agarre... ¿Cree usted que esté firmemente resuelta a conservarse al lado del padre?...
¡Hombre!... que si la Pampita me desahuciara rotundamente, ¡y eso que esta vez va como nunca!, yo me conformaría pensando... ¡Con los colores complementarios! le interrumpió Melchor. No, ché, pensando en lo que tú nos decías en el tren, ¿te acuerdas? «el mundo está lleno de Clotas». ¿Quiere que vayamos, don Melchor, a ver esa hacienda que han traído? Bueno, ¿ustedes se animan?
Pues en no confesar que creyó usted encontrarse con una pampita... legítima... inculta; y al oírme hablar no ha podido menos que pensar que, necesariamente, debo haber sido educada en Buenos Aires... ¡Aquí también hay, señor, quienes enseñan a leer... y hay libros... no crea!... ¿Usted lee mucho? le preguntó Ricardo, visiblemente confundido.
Palabra del Dia
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