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¿Sabe, Pampita, por qué le dicen todo eso? le dijo Melchor y sin esperar la respuesta continuó: Porque en Buenos Aires, «pampita» se entiende por «indiecita» ¡y como usted no les parece «tan india»... que digamos! ¡Ah! contestó ella rápidamente, ¿entonces en Buenos Aires las palabras se entienden de distinto modo que aquí?

No digo eso; pero no me negarás que ha sido una tilinguería guardarlos bajo llave... ¿asunto de qué?... Lo ha de haber hecho sin darse cuenta... ¡calcula cómo tendría la cabeza ante la idea de ir a conquistar a la «Pampita»! ¡Cómo le irá a Ricardo! ¿eh?... Puede ser que le vaya bien. Yo no creo que esté enamorado... así: fulminantemente. ¡Que no!... ¡piensa que es linda como un sol!

¡A nada!... A la noche volví y hablé con don Casiano largamente; le expuse con toda franqueza mis aspiraciones y hasta lo que tengo y lo que tendré con el tiempo en punto a recursos: llegué a decirle que liquidaría todo y me vendría a establecer aquí; el buen viejo me trató con toda consideración; pero diciéndome invariablemente: «Vea, señor, lo que ella resuelva, estará bien... ¿qué quiere que yo me ponga a contrariarla?... háblele usted, no más... y si es por visitarla, puede venir cuando quiera». Así lo hice; el martes, casi pasé el día allí; comí con ellos, tocamos el piano, conversamos largamente; volví ayer... hemos estado horas y horas solos; pero la última palabra de la Pampita al despedirme fue la primera: «Me debo a mi padre y no lo abandonaré en sus últimos años». «¿Me permite usted que la frecuentele dije teniéndole la mano tomada. «Siempre me será grata su visita», me contestó, y cuando salí por la tranquera para venirme, la vi en el corredor; la saludé con el sombrero y ella me contestó con la mano.

Puede ser, señor; pero se me hace que no han de haber mirado mucho las plantas; ¿qué decís vos, hijita?... Yo la trato a ésta así porque la he tenido en mis faldas... ¡pero hace quince años! ¿eh? dijo Baldomero riéndose. ¿Y ya se van? preguntó la Pampita dirigiéndose a Baldomero... ¡Avisa!... le dijo éste, parándose y contemplándola fijamente. Déjese de zonceras. ¡Cuándo tendrá juicio!

...¡al contrario!... vi que la «Pampita» estaba sentada en el corredor, leyendo, y tan absorbida en la lectura que no me sintió llegar hasta que estuve junto al corredor, bajo ese aguaribay grande, ¿se acuerdan? que está a la derecha.

¡Se hace de rogar!... don Ricardo. ...pues... la «Pampita»... ¡Estás muy pavo! ¡...me... ha... desahuciado! ¡Eso no es cierto! no lo dirías en ese tono. Ciertísimo, Melchor. No te creo. Bueno, cuenta cómo fue dijo Lorenzo.

Pero, ¿qué fue lo que dijiste? ¡Nada!... que es hora de levantarse... ¡Juraría que te había oído nombrar a la Pampita! ¡Estás soñando! Yo que he soñado con ella dijo Lorenzo, ¡y qué linda estaba!... Habíamos salido a caballo... los dos... por un camino largo... ¡muy largo!

Aquella línea que fijaba nítidamente un límite visible entre la sombra y la luz, cruzaba por la imaginación de la «Pampita» como un símbolo. ¿Si sucederá lo mismo en la vida? pensaba. ¿Si habrá también en nuestra existencia una línea como esa que estoy viendo por primera vez?

Comprendiéndolo, éste le dijo: Te he dado una broma, sin intención... pero ya que lo entiendes así... veremos si le aciertas a la Pampita. Parece que la Pampita te preocupa a ti más que a nosotros... Se lo podríamos telegrafiar a Clota... ¿qué te parece? Viniendo de ti tiene que parecerme bien. ¡Oíganle!... Ché, Melchor; pero qué vida pasará aquí esta gente, ¿eh? ¡Te parece, Lorenzo!

¡Y aunque sea! Yo soy capaz de dar la vuelta al mundo por no encontrarme con Anastasio. Qué, ¿le tiene tanto miedo? Miedo, no, Baldomero; ¿pero a qué comprometerme? ¡Cuando ya estás comprometido con la «Pampita»! dijo Melchor, sonriendo. ¡Dale con la «Pampita»...! casi estoy por creer que te acuerdas más de ella que de Clota...