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De tiempo en tiempo, las bombas de palenque trataban de armar un escándalo en la atmósfera, pero en balde: diríase que era la detonación de algún vergonzante petardo, que así alteraba la amplia serenidad del ambiente, como el zumbido de un mosquito turbaría el reposo de un gigante.

El rey de Francia puede enorgullecerse de tener servidores como vos. Pero vuestra herida.... Es insignificante y mi caballo puede hacer muy bien la jornada de vuelta, que emprenderé ahora mismo. Con Dios quedad; y saludando de nuevo se dirigió al galope á la entrada del palenque y desapareció seguido de su escudero. Valiente, patriota y altivo, exclamó el príncipe.

Ya se habían congregado los diez combatientes frente á la tribuna del príncipe para recibir dos de ellos el galardón merecido, cuando el agudo toque de un clarín llamó la atención de los presentes hacia un extremo del palenque, ganosos todos de ver al inesperado caballero que así anunciaba su llegada.

Llegados ambos jinetes con los tres caballos á la entrada del palenque, dió el escudero aquel vibrante toque que tanto sorprendió á los espectadores. ¿Quién es ese caballero, Chandos, y qué desea? preguntó el príncipe Eduardo. Á fe mía, replicó el canciller con no disimulada sorpresa, que ó mucho me engaño ó es un noble francés.

Levantáron á pocas leguas de la ciudad un vasto palenque cercado de anfiteatros magníficamente adornados; los mantenedores se habian de presentar armados de punta en blanco, y se le habia señalado á cada uno un aposento separado, donde no podia ver ni hablar á nadie.

Pero era el caso, que aunque muchos me solicitaban, y me escribían versos, y me daban música, y por con otros se enemistaban y reñían, haciendo de mi calle palenque nocturno, donde más de alguno dejó entre rabiosas y celosas ansias la vida, yo no me agradaba de nadie ni quería agradarme, y no había rendimiento que me incitase ni merecimiento que me rindiese; visto lo cual por don Francisco de Rivalta, y creyendo, acaso, por el cariñoso modo de mi trato con él, que a pesar de sus años y sus dolencias yo le amaba, y que si yo no se lo mostraba, a causa era de mi recato, propúsome un día, todo tembloroso, como aquel que teme encontrar la muerte en su propio atrevimiento, si quería con él casarme.

Precisamente; nos habíamos reunido la noche antes en mi tienda toda la crema de la calle del Perú; Tobías Labao, Narciso Bringas, Policarpo Amador, Hermenegildo Palenque: la flor del mostrador, que durante la tiranía de Rozas había estado metida en un zapato, y nos fuimos a la barra.

De los mayas de Oaxaca es la ciudad célebre de Palenque, con su palacio de muros fuertes cubiertos de piedras talladas, que figuran hombres de cabeza de pico con la boca muy hacia afuera, vestidos de trajes de gran ornamento, y la cabeza con penachos de plumas. Es grandiosa la entrada del palacio, con las catorce puertas, y aquellos gigantes de piedra que hay entre una puerta y otra.

Al acercarme al palenque, ya pude contar cuántos me habían precedido en la llegada y hasta saber quiénes eran: allí estaban sus caballos a modo de tarjeta de visita.

Doña Mencía había deplorado la violenta resolución tomada por D. Alonso de Aguilar de prender en la misma casa del Ayuntamiento de Córdoba al mariscal D. Diego, primo de ella, y de tenerle encerrado durante algunas semanas en el castillo de Cañete; pero más deploraba aún el desafuero de D. Diego desafiando a D. Alonso, contra la expresa voluntad y orden del Rey, que quería paz entre ellos, y de llevar adelante el desafío bajo el amparo del Rey moro, que le dio campo y palenque en la vega de Granada.