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Actualizado: 5 de junio de 2025


Desde luego resolvió que ellas le asistieran, y por ello pagaba más de lo justo. ¡Que nada falte; repetía veremos hasta dónde alcanza la pita! Nada de esto me dijo; lo supe más tarde de boca de la tía Pepa. El buen viejo se limitó a ofrecerme lo que acaso no le era dable hacer gastarse cuanto tenía.

Se limitaba el número de los canónigos, como si la Iglesia Primada fuese una colegiata cualquiera. Se les pagaba por el Gobierno, lo mismo que a los empleadillos, y para el sostenimiento y culto de la más famosa de las catedrales españolas, que cuando cobraba el diezmo no sabía dónde encerrar tantas riquezas, se destinaban mil doscientas pesetas mensuales.

La banquera pensó ahogarse de satisfacción, y la duquesa, que se apresuraba a pagarle con honras y relumbrones lo que no le pagaba en dinero, exclamó vivamente: ¡Magnífica idea! Yo misma la llevaré... Mañana pido a la señora la audiencia...

Y no hubo más remedio que acceder, puesto que era el dueño de la situación. Pronto comprendió el notario que había adoptado el partido más prudente. El año transcurrió sin accidente alguno. Se pagaba a Romagné todas las semanas, y se le vigilaba diariamente. Vivía honradamente, llevando una existencia tranquila, sin más pasión que el juego de bolos.

Se atrevió un parroquiano a no pagar y tras él fueron otros, y al fin no le pagaba casi nadie. Paula que había dominado a dos curas, y estaba dispuesta a dominar el mundo, no podía con su marido. «Lo que quieras, tienes razón», decía él, y a la media hora volvía a las andadas.

Los nuestros, aunque confusos y turbados de golpe tan poco prevenido, con el valor y determinacion que solian, le respondieron que obedecerían con mucho gusto si les pagaba el sueldo que se les debia, pues tan bien le habian servido, y los seis meses adelantados que les ofreció quando vinieron á su servicio, que con este dinero podrían alcanzar vaxeles para volver á su patria seguros aunque mal pagados.

El Jubilado se puso repentinamente serio y se le erizaron los bigotes de terror ante aquella salida de su hija; pero se tranquilizó inmediatamente al observar que el capitán, en vez de darse por ofendido, la pagaba con una sonrisa amorosa y lo echaba a broma como todos los demás.

Con mirada de profundo reconocimiento pagaba a su padre sus groseras caricias, y para tranquilizar a su madre sabía poner en sus palabras y en su voz inflexiones tiernamente acariciadoras... Decididamente, este Simón no es sólo un muchacho de clara inteligencia, sino que tiene también el corazón en su sitio...»

Me amaba; había escuchado mis ruegos; me había dado su corazón, aquel corazón hecho pedazos por el dolor, y yo pagaba tanta ternura con el olvido. ¡No; mi conducta era infame, inicua, vergonzosa! ¿Qué amaba yo en Gabriela? ¿La hermosura, la discreción? También Angelina era hermosa y discreta. ¿La elegancia?

Mucho te quiero, hijo, pero aquí nadie manda mas que yo... ¡Ah, gabacho! Eres igual á todos los de tu tierra: centavo que pilláis va á la media, y no ve más la luz del sol aunque os crucifiquen... ¿Dije cinco pesos? Le darás diez. Lo mando yo, y basta. El francés pagaba, encogiéndose de hombros, mientras su suegro, satisfecho del triunfo, huía á Buenos Aires.

Palabra del Dia

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