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Actualizado: 5 de octubre de 2025


En un principio había orado con admiración respetuosa, con el alma y el cuerpo prosternados, más asustada que enternecida, como el que hace una declaración de amor; pero así que por mil señales manifiestas comprendió que Jesús correspondía a su pasión y se la pagaba con creces, encontró más libertad y elocuencia en sus palabras y una felicidad más firme en todo su ser.

Cuando la señorita invitada se levantaba para apoyarse en su brazo, empezaban a sentirse dueños de mismos. Otros menos osados daban tres o cuatro chupadas intensas al cigarro, despidiendo el humo hacia el pasillo, y, después de arrojar la punta, se dirigían pausadamente hacia alguna joven de las menos agraciadas, que les pagaba su atención con una sonrisa henchida de promesas amables.

Rosalía no las hubiera oído quizás con gusto si no le inspirara indulgencia la consideración de que las merecía muy bien y de que en cierto modo la sociedad tenía con ella deudas de homenaje, que hasta entonces no le habían sido pagadas en ninguna forma. Venía a ser Pez, en buena ley, el desagraviador de ella, el que en nombre de la sociedad le pagaba olvidados tributos.

Velázquez, sonriendo, le dió cuenta del cambio que había sentido hacía tres meses: cómo su indiferencia hacia su querida se había trocado repentinamente en amor ardiente, cómo desde entonces vivía en constante zozobra pendiente de sus menores gestos, con qué frenesí la adoraba y qué mal pagaba ella esta adoración.

Tiempo hacía ya que el soldán del Cairo no construía auxiliado para ello por los venecianos a toda costa en Berenice, puerto del Mar Rojo, naves con que salir a combatir a los portugueses en el Golfo de Omán y en lo más ancho del Eritreo, pero habían corrido rumores de que el régulo de Ormuz se había rebelado, sacudiendo la pleitesía y negando el tributo que antes pagaba.

A cada paso me llamaba hijo, hijo mío, y por lo que pude colegir, se pagaba mucho de ser una inteligentísima e inapreciable consejera, sobre todo en negocios de amor.

Si entraba en un café, Manín se atracaba de cuarterones de vino tinto mientras él solía beber con parquedad una copita de moscatel. Pero siempre pedía una botella y la pagaba, aunque la dejase casi llena.

Era necesario una nodriza. Por falta de una, Blanca había perdido un baile del club y otro baile particular y hacía semanas que se limitaba a sus excursiones íntimas con la madre. Estaba desolada y con un humor irascible. El pobre tío pagaba aquellas intemperancias que le eran tan propias. No era capaz aquella mujer de comprender el amor de madre en toda su sublime expresión.

Para más adelante se reservaba la astuta moza el derecho de vender a don Álvaro y ayudar a su señor, al que pagaba, al que había de hacerla a ella señorona, a don Fermín. ¿Cuándo había de ser esto? Ello diría.

La señorita de Porhoet, cuyas ilusiones eran sostenidas por mi perseverancia, me atestiguaba una gratitud que poco merecía, pues había acabado por hallar en aquel estudio, en adelante sin utilidad positiva, un interés que pagaba mi trabajo y que proporcionaba un solaz saludable á mis pesares.

Palabra del Dia

crocus

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