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Actualizado: 21 de junio de 2025
No había la menor señal de lucha ni de pánico, todo en perfecto orden; y faltaban todos. ¿Qué pasó? La noche que aprendí esto estábamos reunidos en el puente. Ibamos a Europa, y el capitán nos contaba su historia marina, perfectamente cierta, por otro lado. La concurrencia femenina, ganada por la sugestión del campo de batalla presente, oía estremecida.
En su pánico constató sin embargo que no tenía fiebre ni ardor de garganta, y el corazón y pulmones conservaban su ritmo normal. Su angustia cambió de forma. ¡Estoy paralítico, es la parálisis! ¡Y no me van a encontrar!... Pero una invencible somnolencia comenzaba a apoderarse de él, dejándole íntegras sus facultades, a la par que el mareo se aceleraba.
El ejemplo del amo se comunicó a la servidumbre: un terror pánico se había apoderado de todos los habitantes de la casa.
Todos mostraban una confianza inquebrantable. «¡Los boches!... Muy numerosos, con grandes cañones, con muchas ametralladoras... pero no había mas que cargar á la bayoneta y huían como liebres.» La fe de los que iban al encuentro de la muerte contrastaba con el pánico y la duda de los que escapaban de París.
Por el año de 1772 los habitantes de esta, hoy prácticamente republicana, ciudad de los Reyes, se hallaban poseídos del más profundo pánico. ¿Quien era el guapo que después de las diez de la noche asomaba las narices por esas calles? Una carrera de gatos o ratones en el techo bastaba para producir en una casa soponcios femeniles, alarmas masculinas y barullópolis mayúsculo.
En cambio, de la masa insurrecta surgió de pronto el trac-trac de las ametralladoras, semejante al ruido de las antiguas máquinas de coser, el largo y ruidoso desgarrón de las descargas de fusilería, el puñetazo seco y continuo de los cañones de tiro rápido, y en unos segundos quedaron en el suelo la mayor parte de las tropas del gobierno, huyendo las restantes con un pánico irresistible.
Y la carta no parecía. Empezó á sentir ese escalofrío, ese entorpecimiento que acompaña al pánico. Aquello era muy grave. Porque sin duda la madre Misericordia decía cosas gravísimas en su carta al duque de Lerma. ¿Y cómo decir al duque que he perdido esa carta? ¿Cómo atreverse ni siquiera á presentarse sin ella ante él? Y volvió á la rebusca; se palpó, y volvió á buscar.
Orden del día: continúa la discusión del presupuesto de obligaciones eclesiásticas. En el salón de sesiones se marcó un movimiento de fuga; el mismo pánico que desbanda los ejércitos y disuelve las multitudes. Se levantaban los más resueltos para escapar y les seguían en su huida grupos enteros, aclarándose por momentos los escaños. La Cámara estaba llena desde primera hora.
Pareció que se derrumbaba la plaza, que los ladrillos chocaban unos con otros, que la multitud iba a huir presa de pánico, según se ponía en pie, pálida, trémula, gesticulando y braceando. ¡Muerto!... ¡Qué estocada!
Se marchaba: salía inmediatamente acompañando á su madre. ¡Adiós!... Y nada más. El pánico hacía olvidar muchos afectos, cortaba largas relaciones, pero ella era superior por su carácter á estas incoherencias de la ansiedad por huir. Julio vió algo inquietante en su laconismo. ¿Por qué no indicaba el lugar adonde se dirigía?...
Palabra del Dia
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