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Actualizado: 3 de mayo de 2025


En calma amaneció el día dos, pero en una de esas calmas que indican ser precursoras de borrascas en la pesadez de su influencia, en el sudor pegajoso y poco franco que origina, y en los tintes plomizos que toman las aguas, las cuales adquieren una completa inmovilidad; una de esas calmas en que ni el timón rige, ni la vela flamea, ni el catavientos oscila, ni el mar muestra en la superficie de su insondable abismo, ni el más ligero ampo de espuma, ni el más imperceptible de sus movimientos.

Sólo ayer, como quien dice, se han enterado de que en una nave en movimiento el punto medio es el que menos oscila, y los antiguos castillos de proa y de popa se han corrido uno hacia otro, juntándose en el centro, que es para el pasajero el lugar de mayor estabilidad.

Un silencio absoluto, algo como la apagada calma veneciana, sin el grito natural y monótono de los gondoleros que se dan la voz de alerta. A veces, a lo lejos, un farol cuyo reflejo va dibujando caprichosos arabescos en el suelo, alumbra y precede... una silla de manos, que oscila cadenciosa al andar de los hombros que la llevan. Es una señora que va a una fiesta.

Luego, una especie de collarete, graciosamente cortado, oscila alrededor de los puntos prominentes de la orilla, de los juncos y las raíces sumergidas en el agua, y cada una de esas franjas de hielo, adquiere sucesivamente desde el tono mate del cristal sucio, al brillo del diamante, según el movimiento de las pequeñas ondulaciones que la agitan y la hacen contenerse, tan pronto sobre una capa de aire como sobre la misma masa de agua.

Los sirvientes han levantado la mesa, se han marchado. Es noche de invierno; en la chimenea una llama azul oscila entre los carbones. Ella conversa con más locuacidad, de mil asuntos, de la novena próxima, de un libro por demás liberal o cuyo argumento le parece inverosímil. Su conversación es sencilla, demasiado sencilla.

Ha pasado; mis ojos siguen inconscientes al farol que se va alejando; su incierto resplandor oscila aún, disminuye, se disipa... Una sombra, algo que no he oído llegar, pasa a mi lado, pegándose a la pared y produciendo el ruido especial de las plantas desnudas batiendo temerosas la vereda; si la detenéis, os dirá siempre que va muy apurada a la botica, porque la señora o la prima está enferma... Esas aves que cruzan a la sombra y que uno mira con atención para descubrir si van montadas en un palo de escoba, rumbo al sabbat, llevan en Bogotá el característico nombre de nocheras.

Cuando sabe que se han marchado, alborota la cocina á berridos, dale su padre un par de guantadas, interpónense el seminarista y su madre, apágase la lumbre, oscila la luz del candil, dormita la moza, maya perezoso el gato, cáesele la pipa más de una vez de la boca al tío Jeromo, habla torpe sobre los fenómenos de la luz el seminarista; y cuando los relinchos de los marzantes se escuchan lejanos, hacia el fin de la barriada, desfila al paso tardo y vacilante la familia del tío Jeromo á buscar en el reposo del lecho el fin de tan risueña y placentera velada.

Una cuerda, prestada por un campesino de las inmediaciones, se ata fuertemente al tronco de una encina, y dejándola caer al fondo del abismo, oscila dulcemente por la impulsión de la pequeña corriente de agua, en la cual se moja la extremidad libre.

Palabra del Dia

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