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Actualizado: 12 de junio de 2025
De Roldán, o Rotolando, o Orlando, que con todos estos nombres le nombran las historias, soy de parecer y me afirmo que fue de mediana estatura, ancho de espaldas, algo estevado, moreno de rostro y barbitaheño, velloso en el cuerpo y de vista amenazadora; corto de razones, pero muy comedido y bien criado.
La fuente de donde la tomó el poeta español, es La historia del nacimiento y primeras empresas del conde Orlando, por Pedro López Enríquez de Calatayud: Valladolid, 1585.
No quería oír en balde baladronadas y mentiras. Lo cierto era que le pedían cuarenta duros, y si no los dejaba en el horno le quemarían su barraca, aquella barraca que miraba ya como un hijo próximo a perderse; con sus paredes de deslumbrante blancura, la montera de negra paja con crucecitas en los extremos, las ventanas azules, la parra sobre la puerta como verde celosía, por la que se filtraba el sol con palpitaciones de oro vivo; los macizos de geranios y dompedros orlando la vivienda, contenidos por una cerca de cañas; y más allá de la vieja higuera el horno, de barro y ladrillos, redondo y achatado como un hormiguero de África.
-El nombre -respondió la Dolorida- no es como el caballo de Belorofonte, que se llamaba Pegaso, ni como el del Magno Alejandro, llamado Bucéfalo, ni como el del furioso Orlando, cuyo nombre fue Brilladoro, ni menos Bayarte, que fue el de Reinaldos de Montalbán, ni Frontino, como el de Rugero, ni Bootes ni Peritoa, como dicen que se llaman los del Sol, ni tampoco se llama Orelia, como el caballo en que el desdichado Rodrigo, último rey de los godos, entró en la batalla donde perdió la vida y el reino.
«Un dia los hijos del pueblo argentino Orlando sus sienes con lauro divino, Darán á sus manes sagrada ovacion, Y entonces nosotros los Andes cruzando Vereis que volvemos en triunfo llevando Los huesos proscriptos del grande campeon.» * El centinela contempló aquel muerto Que un huracan del mundo arrebató, Y arrodillado sobre el suelo yerto Humilde ante su gloria se postró.
En la desembocadura del Vardar se levantaban los volátiles de agua dulce con ruidosos gritos, ó permanecían orlando las orillas, inmóviles sobre sus largas patas. Frente á la proa fué surgiendo una ciudad entre las ondas albuminosas de la bruma. En un pedazo de cielo limpio y azul se destacaron varios minaretes, brillando sus remates con los fuegos de la aurora.
Sobre la fábrica de electricidad, a la derecha, se eleva un nimbo blanco del humo en que el resplandor refleja. Y los grandes focos, orlando las líneas de los desnudos árboles, arrojan una pálida claror, difusa, matizada, turbia. El tren va a partir. Chirrían las carretillas y diablas; suena un campanilleo persistente, largo, apremiante; vocea con voz plañidera un vendedor de periódicos.
Este es en mi humilde opinión el origen del cuadro. Luego, en la manera de sentirlo y componerlo, Velázquez se burló de la mitología como Quevedo se burlaba de los poemas heroicos, escribiendo las Locuras y necedades de Orlando, y Cervantes de todos los libros de caballerías con el inmortal Don Quijote.
Así, por ejemplo, Ariosto escribió El Orlando, y Wieland El Oberon, ya casi en nuestros días.
Esclava Buenos Aires Gemía en desconsuelo, Cuando brilló en el cielo De libertad el sol, Y entre flotantes nubes El astro colocando, Dijo, su sien orlando: «¡Mirad mi pabellon!» Libertad, sube á tu trono De la gloria en el broquel, Agitando nobles palmas, Coronada de laurel.
Palabra del Dia
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