United States or Saudi Arabia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Veía siempre aquella mirada, suplicante, humilde, extraviada: me desesperaba por no haber podido decir una palabra de consuelo á aquel desgraciado corazón antes de acabarse su existencia, y gritaba como un loco al que ya no me oía ¡yo te perdono! ¡yo te perdono! ¡Oh! ¡qué instante, Dios mío!

Luego cesaron los gemidos de Marta. Había dejado caer la barba sobre el pecho y sus ojos estaban medio cerrados. Casi se habría podido creer que dormía; pero continuaba divagando y marmoteando. Un gran silencio reinó en el dormitorio débilmente alumbrado. No se oía más que un ligero silbido del viento contra la ventana y el ruido de los ratones que corrían entre los tirantes del techo.

Mas entre las varias cosas ocultas que me fiaban, procuré adquirir noticias, que ya, como sueño ó imaginadas, oia en esta entre mis mayores; y haciéndome como que de cierto lo sabia, procuraba introducirme en todas, para lograr lo que deseaba.

¡Lo hace! ¿Piensas que por ser cura, y por invocar leyes divinas, que pierden en vuestros labios su grandeza, te asiste derecho a mantener en continua discordia una casa donde antes jamás se oía una frase más recia que otra? ¿Qué tienen que ver con esto las ideas modernas? ¿Ni qué hay de común entre vosotros, sectarios de una superstición infame, y la doctrina del Mártir que injuríais a cada paso? ¡Quemáis incienso en las iglesias, y propagáis por el mundo la pestilencia de vuestro egoísmo!

Lo cierto es que Julián bajaba la vista, no tanto por lo que oía, como por no ver a Sabel, cuyo aspecto, desde el primer instante, le había desagradado de extraño modo, a pesar o quizás a causa de que Sabel era un buen pedazo de lozanísima carne.

Mientras tanto, los condes de Cotorraso, Lola Madariaga, Clementina y los barones de Rag hablaban del arsénico como medicamento para engordar y poner terso y brillante el cutis. Lola Madariaga era la primera vez que lo oía y se mostraba llena de júbilo, y anunciaba que iba inmediatamente a ensayar la virtud milagrosa del veneno.

Repicaban las campanas con frenesí creciente. Estallaban multitud de cohetes, que impregnaban el aire con el humo de la pólvora. Y las olas estallaban también suavemente en los peñascos que casi rodean por completo la iglesia de la villa. En aquel concierto gozoso de una naturaleza que sonríe pocas veces, sólo se oía la nota áspera de bajo profundo que entonaba el marido de la Pepaina.

Era tan sorda que no oía nada; entendía por señas; ciega, y tan gran rezadora que un día se le desensartó el rosario sobre la olla y nos la trujo con el caldo más devoto que he comido. Unos decían: «¡Garbanzos negros! Sin duda son de Etiopía». Otro decía: «¡Garbanzos con luto! ¿Quién se les habrá muertoMi amo fue el primero que se encajó una cuenta, y al mascarla se quebró un diente.

Los pensamientos de Eppie se habían sucedido muy activos, mientras que oía la discusión entre el padre a quien amaba desde hacía mucho tiempo y aquel nuevo padre desconocido, aquel nuevo padre que bruscamente había venido a ocupar el sitio de la sombra negra e indecisa que había puesto el anillo nupcial en el dedo de su madre.

Creyó que la helada muerte ya alzaba el horrible brazo sobre la rubia cabeza que era su vida y su encanto, y viendo que Dios no oia sus ruegos, se volvió al diablo, con la rabiosa esperanza del que está desesperado.