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Era una injusticia. «¿Para qué poner tan alta la lámparadecían algunos un tanto ofendidos. Doña Rufina se encogía de hombros. «Cosas de ese» respondía aludiendo a su marido.

Lo indudable es que los hijos de Witiza, i otros nobles ofendidos de la usurpacion del trono godo hecha por Rodrigo, de la crueldad de su gobierno i de su mal vivir, pasaron á Africa, con propósito de solicitar vivamente de Muza la entrada de tropas árabes en España.

Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos; la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos; y cuando los reyes y príncipes veen la milagrosa ciencia de la poesía en sujetos prudentes, virtuosos y graves, los honran, los estiman y los enriquecen, y aun los coronan con las hojas del árbol a quien no ofende el rayo, como en señal que no han de ser ofendidos de nadie los que con tales coronas veen honrados y adornadas sus sienes.

1 No hay ser padre siendo rey, de D. Francisco de Rojas. 2 Cada cual á su negocio, de D. Jerónimo de Cuéllar. 3 El burlador de Sevilla, del maestro Tirso de Molina. 4 Progne y Filomena, de D. Francisco de Rojas. 5 Los trabajos de Job, del Dr. Felipe Godínez. 6 Obligados y ofendidos, de D. Francisco de Rojas. 7 El esclavo del demonio, del Dr. Mira de Mescua.

Demasiado grave, demasiado triste era que el homicida se fuera impugne; pero más triste y más grave era que otra persona pagara su crimen. Aquel amor a la justicia, aquella sed de verdad que había animado a la víctima, ¿no se sentirían descontentos y ofendidos por el triunfo de la mentira? ¿No era, por consiguiente, deber suyo confundir esa mentira?

No hay amigo para amigo, No hay ser padre siendo rey, Donde hay agravios no hay celos, Casarse por vengarse, Obligados y ofendidos, Persiles y Segismunda, Peligrar en los remedios, Los celos de Rodamonte, Santa Isabel, reina de Portugal; La traición busca el castigo, El profeta falso, Mahoma; Progne y Filomena. Segunda parte de las comedias de D. Francisco de Rojas Zorrilla: Madrid, 1645.

-Yo -dijo don Quijote- no si soy bueno, pero decir que no soy el malo; para prueba de lo cual quiero que sepa vuesa merced, mi señor don Álvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza; antes, por haberme dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las justas desa ciudad, no quise yo entrar en ella, por sacar a las barbas del mundo su mentira; y así, me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y, en sitio y en belleza, única.

El doctor cortó la conversación recordando su viaje á Bilbao, y salió de la cantina después de hacer varias recomendaciones para la curación de Tocino. La mujer y el hijo sonreían servilmente, pero con una expresión hostil en la mirada, gravemente ofendidos por la franqueza del doctor.

Hubo al otro día en la casa de la Albornoz congreso de ofendidos, y la altiva dama adoptó por suya la respuesta de Marat a Camilo Desmoulins y Freron, cuando le proponían estos refundir el periódico de ellos, La Tribuna de los Patriotas, en el suyo, El Amigo del Pueblo: «El águila va siempre sola; los pavos forman manadas». Ella era el águila y las demás señoras los pavos; Butrón era el pavero.

Los nuevos amantes temen ser descubiertos y carecen de valor para confesar su falsía y para arrostrar el enojo del padre y de la hermana tan duramente ofendidos. Entonces toman la peor y más viciosa de las resoluciones. Ambos huyen juntos. D. Alvaro, que idolatraba a sus dos hijas y que se hallaba muy enfermo, no puede resistir golpe tan rudo.