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Actualizado: 8 de junio de 2025
Paco Luján volvió lentamente la cabeza hasta esconderla entre ambas manos como anonadado; clavóse en ella los agarrotados dedos temblando de rabia, y dos lágrimas, dos lágrimas de esas que rara vez se derraman a los quince años, brotaron de sus ojos y surcaron sus mejillas; la ira las secó al punto, como seca una gota de agua el simúm del desierto... Había leído en aquel papel una grosera chocarrería en que se mezclaban el nombre de su madre y encubiertamente el de Jacobo, firmada por el hijo de aquel hombre odiado, el mismo Alfonsito Téllez, el inofensivo Tapón, el diablillo de olor de rosa como le llamaba el rector del colegio, para expresar al mismo tiempo su sencillez de ángel y su travesura de diablo. ¡Qué golpe aquel tan inesperado y tan horrendo!
Poco a poco la figura de Nepomuceno, del odiado y odioso Nepomuceno, había ido creciendo a los ojos de la imaginación espantada de Bonis; sobre todo, las patillas cenicientas, en que el desgraciado veía el símbolo de todas las matemáticas aplicadas a la hacienda, el símbolo de los aborrecibles intereses materiales, del negocio, de la previsión y del ahorro... y la trampa si a mano viene; aquellas patillas habían subido, tocado las nubes, y en el inmenso abismo hundían los lacios hilos grises de sus puntas. ¡Rayo en ellas!
Entonces los aficionados volvían los ojos a otros principiantes, esperando con una fe hebraica la llegada del matador gloria de Madrid. Gallardo no osaba aproximarse a esta demagogia tauromáquica, que le había odiado siempre y celebraba su decadencia. Los más de ellos no iban a verle en el redondel, ni admiraban a ningún torero del presente. Esperaban su Mesías para decidirse a volver a la plaza.
Por ello era odiado cordialmente de éstos en el fondo, aunque en la apariencia le bailasen el agua. Tenía, sin embargo, el instinto o buen sentido de no meterse con los que podían devolverle las bromas, y buscaba casi siempre como víctima de ellas a algún pobre muchacho que pacientemente las tolerase. Ahora, que nos cante unas granadinas dijo un pollo.
Las actuaciones del proceso iban a ser cortas. Al único que se habían llevado a Ibiza para meterlo en la cárcel era al Cantó, por sus amenazas y mentiras. Intentaba hacer creer que era él quien había ido en busca del odiado mallorquín; ensalzaba al verro como una víctima inocente; pero de un momento a otro le pondría en libertad la justicia, cansada de sus trapacerías y embustes.
Ferpierre llegaba así por una parte, a la confirmación de los razonamientos que se había hecho ya; pero, por la otra, se sentía inducido a considerar agravada y en mucho la condición de la Natzichet. Al ver que Zakunine no era enteramente suyo, que por amor, o por compasión, o por respeto, o por interés, pertenecía aún a la Condesa, podía la rusa haber odiado a ésta última.
Después doña Marta, guiada por Lope, intenta divorciarse de su marido, y aunque no lo logra, el matrimonio debió vivir últimamente en casa separada, hasta que la muerte, llevándose en 1618 ó 1619 al Roque Hernández, tan odiado por Lope, estableció la separación definitiva. Del año 1617 son las Partes séptima y octava, impresas en Madrid a costa de Miguel de Siles por la viuda de Alonso Martín.
También Canterac aceptaba al ingeniero norteamericano como acompañante de la marquesa. Le parecía más tolerable que el odiado Pirovani. Vió cómo se alejaban los dos jinetes, y aunque sentía un enojo sombrío, como siempre que le rechazaba Elena, procuró disimularlo, encaminándose después á la casa de Moreno.
La barraca y la fortuna del odiado intruso alumbrarán tu cadáver mejor que los cirios comprados por la desolada Pepeta, amarillentas lágrimas de luz. Batistet regresó desesperado de su inútil correría. Nadie contestaba. La vega, silenciosa y ceñuda, les despedía para siempre. Estaban más solos que en medio de un desierto; el vacío del odio era mil veces peor que el de la Naturaleza.
El valentón midió con una mirada al odiado intruso, y le habló con voz melosa, esforzándose por dar á su ferocidad y mala intención un acento de bondadoso consejo. Quería decirle dos razones: hacía tiempo que lo deseaba; pero ¿cómo hacerlo, si nunca salía de sus tierras? Dos rahonetes no més... Dos razoncitas nada más...
Palabra del Dia
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